domingo, 23 de junio de 2019

Domingo uno.


Sentada en la banqueta y llorando. Así te encontraste cuando tu amor se fue.
Las gatas te observaban; una echada panza arriba frente a ti, otra tallándose contra tus piernas con excitación.
¿Qué es un libro? ¿Qué es literatura? ¿Qué es literatura infantil y juvenil? ¿Es algo hecho a modo? Estás convencida de que así es... Por eso siempre tienes tus reservas.
Tomaste dos horas de tu domingo para una asesoría en linea, para un pequeño trabajo; no creíste que iba a ser tan largo. Te quedaste sin tu amor de pronto. Tuvo que correr para tomar su camión a Izúcar, y te quedaste sola de nuevo, sola con las gatas, los trastes por lavar, la cama bien tendida y las plantas.
Hoy, que no hizo tanto calor, es decir, que no hizo calor, pasaste una tarde dividida. Eso debe ser el ser grande, supones, no sabes. Te indignas con la estrategia de fomento a la lectura en donde, antes de leer un libro, se hace la pregunta al supuesto lector de qué predice que leerá allí, ¿cómo que qué predice? Pues va a leer y ya, y punto. Si uno no sólo lee un libro por el qué, sino también por el cómo.
Por eso la gente lee las cosas tan mal, tan a destajo. No es la cantidad, es la calidad. Sí, ahora así lo haces. No importa ya que, siendo junio, aún no termines tu novela Desirée. Es buena y punto. No es competencia para leer cualquier basura.
Se fue tu amor y te pesa. Se fue porque no la está pasando bien, porque hay una tipa venenosa, estúpida, inepta, ambiciosa, muerta de hambre, que lo está molestando, que lo insulta, que no lo deja hacer su trabajo, que se cree la manda más, que es capaz de tronarle los dedos y ordenarle cualquier tontería, con tal de sertirse superior.
Sentirse superior. Como si quien tuviera un computador, un teléfono móvil, de última generación fuera superior. Más que una persona superior, ella es una mala persona, de esas que no deberían cohabitar con nadie.
Tú sí la madreas.
Tu enojo es mucho, más porque no deja en paz a tu amor, porque se mete con él, y se mete contigo, sin saberlo. 
Tú lo adoras, y sabes sus flaquezas, y sabes sus valores. Los mismos que compartes con él. Ambos saben lo que es el verdadero valor de las cosas, no tanto por su esfuerzo, no tanto por su valor sentimental, sino por la utilidad y por toda la vida útil que se les pueda dar; porque no todo es desechable, nada debería de serlo.
Te recriminas por haberlo animado a tomar ese empleo. Te recriminaste más, después de que te dijo que lo que él quería era dar clases. Y ahora te reprochas aún más, porque no la está pasando bien, porque le implantan estrés innecesario y porque, por el momento, no puede hacer nada para sacudirse a ese parásito de la arqueología mexicana.
Lloraste, aún con tus gatas al lado, lloraste. No por quedarte sola, y sí, sino por su infelicidad.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo lloro por ti, pero tu mera presencia da fuerza. Nunca lo olvides...