martes, 18 de noviembre de 2014

O Leide weh! (Sé que pocos lo leerán).

Sé que pocos leerán esto porque al final del día, de la mañana o de la tarde, viene valiendo sorbete, porque este espacio tiene una advertencia de contenido para adultos, porque la gente teme o tiene flojera, o teme y tiene flojera. Escribo por no dejar rondando en mi cabeza el mismo pensamiento, el que me asaltó de pronto mientras preparaba mi cena, ti té, mi café de la mañana siguiente.
¿Qué hacer cuando un alumno le sugiere a otro dejar los planes para el futuro y mejor unirse a los sicarios? No, ni siquiera a los productores, vendedores, expendedores, traficantes de droga, no, a los sicarios... ¿qué hacer?
Tal vez he pecado de vieja, de snob, de anticuada. Tal vez he vivido en otro país todo este tiempo, cobijada por mis libros, mis reflexiones y mis notas musicales. Tal vez creo que existo y sólo soy el fantasma de muchos otros que pisaron esta tierra, gente con pelucas, gente que gustaba de leer libros y sonreír de cosas buenas.
¿Qué soy ahora?
En esta humanidad deshumanizada y ultraviolenta, deshumanidad psicópata, ¿dónde quepo yo?
Ahora todo va sobre mí. ¿Para qué estoy aquí? ¿para qué estoy aquí si nada o poco puedo cambiar, si ni mi entorno inmediato parece mejorar? Está en mí, como está en cada uno de los demás; empero ¿y si cada uno de los demás no quiere mejorar? ¿No lo saben, no se dan cuenta, no lo saben, no se quieren dar cuenta?
No se trata de mí ahora, se trata de mí y de todos, de ti también, el que no sabe saludar, y de mí que a veces también olvido hacerlo. Se trata de mí cuando decido no echar agua buena en el agua mala y de alguien más que culpa a los demás por ser persona estúpida. Se trata de mí por acatar órdenes y cumplir responsabilidades y de los otros que dan órdenes, mostrando el poco respeto que tienen por los demás y que me echan a la guerra sin fusil.
Se trata de mí porque he dejado de hacer las cosas que me gustan por hacer las cosas que dije que haría—maldita consciencia, maldita responsabilidad, maldita escuela, malditos estudios, maldita cabeza que no me deja botarlo todo—.
Hacer bien tu trabajo de poco sirve. Hacer, pensar y decir por todos los medios, tampoco. Todo queda en opinión, en algo loco que dijo ese merolico, que viene con su erre que erre, con su insatisfacción, que todo lo ve mal y feo, que no se calla y deja estar en paz con mi refresco, con mi soda, con mi cerveza, con mi pantalla, con el dinero que pedí prestado, con el dinero que me he ganado en mi jornada de once horas y contando.
Vámonos a vivir a Tuvalú, aunque ya ni en Tuvalú debe estar bueno.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Alto, no siga.

No veo la razón de festejar, de hacer desfiguros, de hacer cosas sin sentido. No veo. No veo el porqué. 
Ellos no quieren ver más allá, sólo miran sus ombligos, sólo quieren permanecer cómodos. 
No veo la razón de la fiesta, del gozo, no la veo, simplemente porque todo está triste, no sólo yo, sino todo: el mundo, la vida, las calles. El color de la calle está deslavado; el sonido del viento está desafinado; el aroma que guardan los rincones ni siquiera es rancio.
No veo vida, no veo muerte: Veo pasmo.