jueves, 16 de mayo de 2013

Las niñas bonitas usaban calcetitas.

Cuando las niñas lindas saltaban en los cojines de la sala, se quitaban sus zapatos y dejaban ver sus hermosas calcetitas con figuritas divertidas y sin hoyos en los dedos gordos. Yo, en cambio, brincaba descalza, mostrando mis dedos cual graciosos son, con mis garritas meñiques, falta de calcetines, víctima de usar unos huaraches azules que con el tiempo deseché. Me dio pena la ausencia de vestido en los pies, pero bien fingí y mostré naturalidad. 
Puedo seguir haciendo eso. Dar mi fachada de Eva natural, de que las cosas así son y no pasa nada, aunque por dentro no haya más que vergüenza y miedo de ser desenmascarada, de que vean la farsa que siempre he sido.
Fui de niña; soy así.
Aunque la naturalidad no es execrable. 
Lo notas cuando miras por la ventana del pasado y tu piel está buena, tu ropa aguanta; cuando puedes hacer las cosas sin temer las calorías o el qué dirán; cuando sabes tus poderes y los usas con bien.
¿Y el miedo a que descubran que detrás de lo que miran no hay nada, que detrás de esa nada hay agujeros llenos de negrura, que en la negrura no yace más que suciedad y pena?
Lo siento, yo nunca fui una niña de esas lindas...