martes, 19 de marzo de 2019

Mater

Una serie de eventos en esta última semana me ha puesto a reflexionar acerca de la maternidad. Sí, la maternidad, aquella palabra impronunciable para mí, no así aborto, esa la pronuncio desde muy joven. Y sí, ambas vienen junto con pegado.
Ahí va.
La gata que la vecina abandonó, pero luego se llevó de mala gata, regresó y parió cuatro críos. Al día siguiente vimos sólo dos y casi dos semanas después, vimos que uno de lo que quedaban estaba muy mal. Hacía ruidos extraños, la llamaba, estaba fuera del nido, ella no lo recogía. Luego, al anochecer, la ingrata gata, gata que, por cierto, atacaba a nuestra pequeña gatita Fufú a cada rato, decidimos recogerle la pequeña camada.
Tuvimos cuidado en que no nos atacara, en que no nos peleara los críos. No lo hizo. Desde el techo del cuarto de al lado vio cómo mi novio recogía los críos y se alejó. Así, sin más. Nos dejó sus críos a cargo. ¿Y el instinto?
Uno de los dos murió a las pocas horas. Se veía que había comido tierra quizá por días y no hacía más que quejarse del dolor. ¿Y qué acaso las madres gato no matan a sus hijos? Esta gata sólo lo relegó, pero no lo mató. Lo enterramos debajo de un aguacate. Lloré un poco. Fue muy triste ver cómo un bebé no era querido por su mamá, cómo ni siquiera había tenido a bien en sacrificarlo, sino que lo dejó comer tierra hasta la muerte, una muerte terrible seguramente.
El otro gatito sí estaba gordito, dormía y dormía. Lo dejamos en la transportadora con una mamá falsa.
Al otro día vimos a la gata, tan campante. ¿Buscaba sus críos? Claro que no. Lo que quería era estar en su territorio y ya. Ni una sola vez oí que los llamara. ¿No acaso hacen eso las hembras felinas cuando se les pierden los cachorros? Y no es que el crío no hiciera ruido, oh sí, sí que hace ruido y no, ni una sola vez lo reclamó.
Después otra de nuestras gatas se puso mala. Estamos en eso con el veterinario. (Hoy le dieron antibióticos y esperemos que esté mejor.) Mientras estábamos con esa gatita, nuestra otra gata se dio a la fuga en persecución de la gata ingrata que dejó a sus críos. La angustia nos embargó, y más cuando, aún sin encontrar a nuestra gata, la madre del pequeño regresó tan campante. Tras darle de comer al crío, asegurar a la enferma, correr a la gata mala, salimos a buscar a nuestra gatita. Por fortuna la encontramos. La necia no quería volver, pero hicimos que volviera por donde se había ido.
¿A dónde va todo esto?
Esto que les cuento pasó esta semana y, de tener un fin de semana descansado, no obtuvimos más que dolor de panza, angustia, estrés y más dolor de panza. Las gatas, espero, están mejor. La gata mala no ha vuelto. El crío gato está justo ahora acostado en mi seno, gracias a una pañoleta que puse a modo de rebozo de bebé. Ronronea. Isis, mi gata Isis, ha sido comprensiva y se ha mantenido al margen del ajetreo, lo cual ha sido de gran ayuda, puesto que es un tanto cuanto agresiva con otros gatos que no sean ella.
Todo fue una bomba emocional bastante fuerte. 
Cuando una madre desea serlo ama, AMA DE VERDAD. Le canta a su feto, lo espera con ansia, lo da a luz con ganas, se desgasta, desvela, pero así lo quiso y sí, después, según he visto, lloran, se desesperan, quieren un momento para ellas, se arrancan los pelos por un tiempo libre de críos, sí, lo he visto, pero al final del día, por alguna razón que desconozco, aman a su cachorro, sea humano o no.
Cuando una hembra es forzada a parir, cuando no quiere el feto, cuando ve crecer su vientre, cuando la promesa es desgaste, desvelo, desamparo, hambre, pobreza, incertidumbre, soledad, ¿qué puede dar? ¿Qué puede dar una hembra, humana o no, a los críos ante una situación áspera, adversa? ¿Cómo puede querer la hembra a críos que no quería que vinieran al mundo, cualesquiera que sea la razón?
No estoy cuestionando las razones. Hay muchas. Todas, para cada una de las hembras, son válidas, porque hembras somos y como hembras sabemos cuándo es el momento, si lo habrá, si lo hay, si acaso lo puede haber, de traer un crío al mundo. Todas. Las perras, las leonas, las gatas, las humanas, las elefantas, todas. Si no hay condiciones favorables, las hembras no humanas prefieren dejarlos a su suerte. ¿Y por qué las hembras humanas no dejamos a su suerte a los críos? Porque son seres humanos, tienen derechos, por la moral, por nuestra razón. Pero, si hay posibilidad de evitar que el ser humano sea, si se puede evitar y sacar la masa celular antes de que sea un ser humano, ¿por qué impedirlo? ¿Por qué forzar la tristeza, a la desesperanza, la desesperación, el desamparo, la desolación? ¿Por qué impedir el desarrollo emocional e intelectual de la hembra que se ve en la necesidad de no parir? ¿Por qué traer hijos no amados a este mundo?
Forzar a cualquier hembra a parir, a criar, créanmelo, es lo más cruel que pueden imaginar. Y si no pueden sentir ni un poco de empatía por el verdadero terror siente alguien al verse obligada a llevar un embarazo no deseado a término, no digan nada.
La empatía lo es todo.




martes, 5 de marzo de 2019

Quince años. La gata Isis. 4 de marzo.

-Escrito el 4 de marzo-
Hace poco fui a casa de mi madre a quedarme, a visitarle y por unas cosas. ¿Cómo está? Bien; noté que extrañaba a la gata Isis cuando encontré en mi cajón de las fotos reveladas, unas de Isis cuando era bebé y tenía su colita paradita. Y es que ¿cómo no extrañarla? Si Isis siempre fue en esa casa.
¿Cómo era Isis bebé?
La verdad no recuerdo, no recuerdo mucho. Recuerdo que cuando dormía se posaba sobre tu pecho y te observaba dormir. Si despertabas, podías notarlo. Te veía con sus ojotes atentos, casi con cariño, porque a saber cómo es el cariño de los gatos.
Luego recuerdo que era una gata ágil, que se iba por días al campo y que regresaba llena de marañas, arañas, pedazos, hasta espinas de nopal. A veces regresaba toda empapada, se dejaba secar y se iba de inmediato a comer.
Era una gata feliz, hasta que enfermó.
Entonces la tuve que cuidar, inyectar, medicar, comprar su alimento especial.
De eso han pasado ya varios años, ¿cuántos habrán sido? Más de siete, eso es seguro.
Le gustó el hogar, estar en casa, dormir conmigo, no salir, dormir y dormir; y lo sigue haciendo.
Hoy la gata Isis, mi gatita, mi bebé, cumple quince años, ¡quince años para un gato es un montón!! Y aquí sigue conmigo, con nosotros, odiándonos un poco por traerla al calorón loco de estas tierras, lejos del perpétuo témpano de allá, de la casa donde la viera nacer.
Ni modo.

Aquí está y está conmigo, y está feliz —espero—. Yo la amo.

Isis casi recién nacida.

Isis a los quince años