martes, 2 de abril de 2019

Del caos al silencio.

El Coso muere, ¿y ahora qué? Sigue un extraño duelo, sigue dolor, sigue pena y llanto. No hay otra. Las razones de la muerte del Coso no son claras. No sabemos si hicimos bien o hicimos mal; sólo sabemos que hay culpa, mucha culpa, que era un inocente, que su vida estaba en nuestras manos y ahí mismo, sobre la cama y entre los dos, el Coso dejó de existir.
¿Por que tanto dolor si es sólo un gato? Un gatito pequeñito, tierno, con olor a bebé, un gatito que quería vivir y pasear por allí, que le gustaba el toque del sol, salir a pasear en mi morral, enredarse en mis cabellos, que no le gustaba la medicina ni que le diéramos a fuerza de comer, ¡pero tenía que comer!
Un gatito que estaba sanito, gordito, y de pronto enfermó, enflacó, dejó de defecar, murió. Un gatito con olor a bebé.
Gusté mucho de ser la mamá del Coso, coso así, porque aún no parecía gato, porque parecía ratón con sus manos de alien, el del octavo pasajero, porque no podíamos ponerle nombre, porque no se iba a quedar, aunque me pesara que tal vez no conseguiría una mamá que lo procurara como lo merecía, como lo merecía…
Y al final yo tampoco fui esa mamá, no logré que sobreviviera conmigo y que se convirtiera en un gato, que comenzara a juguetear como los gatos y a comer solito. El Coso se quedó coso y nada más y con él se fue el caos y la alegría ruidosa que reinaba en este recién conformado hogar.
Le lloramos al coso, le estamos llorando como un hijo, dirán que estamos exagerando, pues tal vez, porque ante sus ojos ese inocente ser no era más que un gato quizá prematuro que su madre gata abandonó en el nido, pero para nosotros era la esperanza de la vida, la fuerza, hasta la lucha contra la injusticia, porque el Coso había venido a este mundo de forma injusta, forzada, al lado de un lavadero, sobre la tierra, porque la dueña de la gata, su madre, se había largado y había permitido, tal vez a propósito, que la gata se escapara del nuevo hogar porque estaba preñada y aquí parió, y aquí dejó morir a sus hijos, a todos, menos a uno, el Coso que se nos murió en la cama en medio de los dos.
En mi mente había hecho todo lo posible por procurar su bienestar.
Repasando las acciones, hubo muchos errores, fatales, tal vez, que le costaron la vida al más inocente de esta recién configurada familia de gatos.
¿A qué vino el Coso a este mundo? ¿A sufrir por nuestra culpa? ¿A sentir dolor en su pequeño cuerpo? ¿A padecer una larga enfermedad?
El Coso dejó de existir una noche en medio de los dos, sobre nuestro lecho, con Isis al pie, aparentemente indolente, y con las nenas afuera, tan ricas y dormidas en sus camitas.
Y del caos del Coso, vino el silencio doliente.