viernes, 24 de octubre de 2014

El denso cansancio.

El denso cansancio que hace que las cosas no salgan bien, que todo se preste a malas interpretaciones.  El denso cansancio que quita alientos y juega con los pensamientos de la gente. 
El denso cansancio que ofusca, o fusca, ofuscación, ¡oh! fusca canción...
El denso cansancio que ya llegó, que no se va, que está en mí, en ti, en todos.
En denso cansancio que reclama atención, que grita, que quiere justicia; el denso cansancio que crea la injusticia.
El denso cansancio en el que todos ya estamos, del que nos queremos sacudir, del que estamos hartos. ¿Todos estamos hartos? ¿Segura?
Algunos en la calle, otros en sus casas. Algunos aceptan todo lo que les dicen, otros no están conformes y buscan más información, y luego saben, y luego salen, y luego reclaman, ¿y después?
El denso cansancio de hacer, participar y decir y no ver más que un espejo, y no ver más que las mismas acciones repetidas al infinito, en pasado, en presente, en futuro, hasta en copretérito y pospretérito.
El denso cansancio que hará que todos relajen las manos, que todos relajen sus puños en alto y miren hacia otro lado, como ocurre siempre, como ocurre casi siempre.
El denso cansancio, ensordecedor, ese que abarca los cuerpos poco a poco, hasta inmovilizarlos, hasta dejarlos en calidad de bultos, listos para lo que se disponga.
El denso cansancio, esa movilidad inmóvil, ese movimiento rápido y constante que poco a poco se va convirtiendo en un sólo y único momento sin importancia, en un punto débil y fácil de borrar, en un ser que ya no mueve, ni se quiere mover.