martes, 5 de julio de 2022

Adiós, ayer, adiós.

Un encuentro bastante incómodo tuve la semana pasada. Un encuentro que ni esperaba, ni quería, ni sabía el porqué del objeto. ¿Para qué verla? ¿De qué me iba a hablar? ¿Me iba a reclamar algo, a pedir, a solicitar, a ordenar? ¿Querría yo pelear con ella? ¿Querría yo decirle que la culpo totalmente de la muerte de mi madre, de su cansancio previo a dejarse caer al pozo? ¿Valdría la pena el desgaste y la pérdida de tiempo?
La mesura llegó a estos, años, cierta mesura, sí, aunque no la completa calma ante las cosas inoportunas. Ansiedad sí hubo, bastante, incomodidad y alguna pelea. ¿De qué servía acceder a verla? Tal vez era mera curiosidad de saber qué quería de mí, si había alguna novedad, porque algo bueno de ella, no, totalmente no. Lo dudo.
Luego llegó a mi cabeza ese recuerdo infantil de ella cuidándome, llevándome al cine a ver Terminator 2, de darme un libro a leer, de enseñarme cosas y tenerme la confianza para habitar su casa por semanas, todo en esa infancia tan inocente, tan falta de juicios y valores en contra. ¿Qué pasó con la tía que sí cuidaba de mí, que era moderna por ser la más joven? ¿Qué pasó con esa mujer a la que yo admiraba de pequeña, que me subió al metro por primera vez, que me prestaba ropa para sentirme mayor, que me enseñó a que se puede ir al mercado a comprar una fruta cuando se tiene hambre y así matar el apetito sanamente?
Se fue con mi infancia, llegaron los prejuicios que se asientan con los años, con la adolescencia, los prejuicios que se postran sobre la cabeza de la que está creciendo y le impiden ser ella misma, hacer cosas nuevas, y buenas, y al mismo tiempo que mi inocencia desapareciera, sus prejuicios de adulto rancio, de ideas conservadoras, llenaron su mente, (o quizá ya estaban allí, pero era incapaz de verlos). ¿Qué pasó entonces? Me volví otra, me volví yo, me volví Una.
Accedí a verla, a pesar de que se me dijera que para qué. Pues accedí a verla por educación, por cortesía, por verla, porque quizá sí sería la última vez que la viera en la vida, quizá no. Accedí un poco por los recuerdos de la muy lejana tía. Fue tan mesurada la visita, tan de dientes afuera, tan falsamente cortés e hipócrita, tanto que valió la pena, por saber que yo era yo, y soy otra, y soy Una, tan lejana a la que piensan que soy, tan ajena, afortunadamente ajena, y capaz de mostrar una careta correcta, por el bien de todos, a pesar de mi disgusto, a pesar de su presencia, a pesar de que insultara ya sin razón a mi padre, todo por mi padre, por mi tío, que la acompañaba y, sobretodo por mí. ¿Valdría la pena la pelea y el desgaste físico-emocional? No.
Ya no estoy para esos trotes, ya no doy el cuerpo en cosas que no producen el bien en mí. Ya aprendí. ¿Ya aprendí?
Luego vino la llamada telefónica. "¿En qué proyectos estas? ¿Qué estás haciendo?" Cosas, esa fue mi respuesta, cosas, porque soy libre, verdaderamente libre, no le tengo que rendir cuentas a nadie, ni contar mis sueños y proyectos a ninguna persona que no lo valga, y porque, recordé también muy bien, que justo la faceta de carne de mí, la humana, la faceta de EL ARTEEEEEE que me conforma, fue la que más deseó aplastar durante mi formación. Por supuesto que no tendría que contarle absolutamente nada.
Eso, sumado a su insistencia de no aceptar la violencia (como si apartar a su hijo de su familia no lo fuera, como si pelear la cocina con su hermana no lo fuera, como si dejar a su sobrina con hambre después de una ida al hospital a ver a su hermana, no lo fuera), y de recalcar quién era su única familia en este país –su hermano, mi tío– y decir que será la última vez que estará y que sólo viajó por su única familia que le queda. No, no vale para mí ya, ni por el recuerdo, ni por la admiración que alguna vez le tuve, esa que valió para que accediera a perder un par de horas de mi vida en verla. Ya... 

...adiós a la tía