domingo, 31 de diciembre de 2017

Reflexión del año viejo.

Caos, este año no ha sido más que caos, este año se fue en proyectos sin realizar, en sueños sin cumplir, en temores, en terrores. Este año acaba ya.
Lo mejor, que acaba ya. Lo no mejor es que cumplo un año más. Un año más es un año menos, o, viéndolo de otro lado, un año más es un año gastado en quién sabe qué. En qué…
Gastado en sexo, gastado en amor, gastado en gasto, en días, en horas, en planes sin cumplir. Gastado es pequeños pedazos de nada y en monumentos sin acabar: En monumento a la yo académica ahí está, inconcluso.
Un año de aventura feliz y abrupta desventura.
Un año donde mucho se quebró, casi todo, todo y no. Un año que pintaba estable y despintó, se desdibujó.
¿Y es año que está por comenzar? ¿Será mejor o peor? O sólo será un año. ¿Se lograrán los proyectos? ¿Se concretarán los planes? ¿El monumento académico quedará concluido para nunca más volver a ese mundo? ¿Se lograrán hacer las cosas en vez de sólo teorizar al respecto? ¿Se logrará poder comprar, adquirir, habitar, cohabitar? ¿Habrá sexo? ¿Habrá comida? ¿Habrá?
Es un año donde se espera lo que se espera, donde ya se debería concluir lo empezado en este año que acaba, ¿o no? ¿verdad que sí, sí?
Este año que acaba me quita algo más que doce meses de mi existencia, me quita un pedacito de confianza ciega, de ilusión, de sueño y coquetería. Me quita una chispa bonita y abolla mi divinidad.
Debería decir que este año me llenó de aprendizajes, quizá sí, pero aún no puedo decirlo, porque hay dolor, se irá, pero aún está. ¿Por qué?
¿De qué trata la esperanza del año nuevo? La esperanza de que todo será distinto, de que es un nuevo comienzo, de que todo irá bien. ¿Todo irá bien? 
Necesito que todo vaya bien.
Feliz año nuevo a todos. 


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