martes, 26 de diciembre de 2017

Sin salir a jugar

¿Qué se fue?
Lo que se fue.
Se fue esa chispita en los ojitos, esa cosita ilusión. Se fue la sonrisa fácil y alegre. Se fue esa gana de sólo gozar y ser gozada y un poco de inocencia.
Se fue la inocencia.
Ahora todo es seriedad, sobriedad, cautela. La locura se ha ido, la risa coqueta, también.
Se fue la inocencia.
Se murió un poquito eso de creer que la cosa bonita se da así nomás, sin meditar, porque se da y se dio, pero se detuvo y tal vez sé por qué, pero se murió poquito.
Y lo sé, se murió y no se murió, lo murieron, porque consideraron que así era mejor, porque el ya-no-juego fue salvación para él y todos sus amigos; mientras tanto mi juego se rompió, se aplastó, lo aplastaron, lo dejaron sin posibilidad de volver a ser jugado, lo ensuciaron.
Era una niña pequeña, muy feliz, muy contenta y muy feliz, una niña que siempre supo jugar sola, pero que le gustaba compartir las cosas bonitas e importantes con los que más quería. Una niña que se sabía poseedora de sí misma, de su cuerpo, de sus pensamientos, de su voluntad, una niña voluntariosa, si se quiere ver así. Era una niña que tenía la capacidad de discernir entre a quién y a quién no confiar sus más oscuros secretos y sus secretos más íntimos. Una niña que mostró sin más su corazón y…
Se le murió la inocencia, ahí quedó nomás; un pequeño pedazo de belleza mancillado por la duda y el miedo irracional.
No creo que la niña se haya equivocado, no lo creo en absoluto, simplemente, simplemente, le han roto uno de los tesoros. Esta niña ha olvidado un poco el cómo salir a jugar.



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