lunes, 31 de diciembre de 2012

De los círculos de más de 365 días que se cierran


Un día de domingo desperté, prendí el radio y escuché un concierto. La melodía me parecía conocida, qué parecía, me era familiar, qué familiar, la había escuchado una y otra vez durante el otoño de 1998, el primer movimiento del Concierto en re menor de Alessandro Marcello. Ese otoño, en el que lloré desconsolada en los brazos de "esa persona", la que se fue y jamás nunca volvió, la que dijo que de lejitos me saludaría, la que quiso rectificar su camino y eligió alejarse de mí, la que, años después, me dijo que me quitaba de su vida porque la conocía muy bien y no la juzgaba. Ese otoño recuerdo tibio, nervioso, enamoradizo, despechado, inmaduro, amarillento. Ese otoño gris que abrió una puerta.
Ese día, con la radio puesta—que en realidad era televisor—noté, con gran felicidad, que esa puerta estaba cerrada ya, que ambos habíamos cruzado el umbral y que ahora gozábamos el uno del otro como jamas pensé en aquél otoño de 1998.
Sí, necesitábamos ser otros para estar juntos, porque ésta es otra vida, la nuestra.
Ahora esa puerta la podemos adornar con flores, dulces, juguetes, charlas, tés, cafés. Ahora podemos reír ante esa puerta y agradecer a quienes fuimos, por haber aprendido a vivir durante el camino que nos llevó a estar juntos, plenos, felices.


Te amo

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