martes, 15 de febrero de 2011

El gusto.


¡Qué gusto me da que seas feliz al fin! Aunque siempre esté el temor de que todo cambie. ¿Quién lo puede asegurar? ¿Quién te puede dar el certificado de felicidad perpetua?
Los temores que no deberían existir; los terrores que deberían desaparecer.
Cuando lo inesperado de alcanza, te alza, te zangolotea, te da golpes y te vuelve a tirar en el más frío suelo y difícilmente puedes levantarte; cuando sientes que has salvado todos esos obstáculos, los más molestos; cuando oyes lo que sientes y un zumbido en el oído te avisa que no te encuentras del todo bien, que la presión arterial se te ha subido y no encuentras un lugar cómodo. Te levantas, giras tu cuello y miras las cosas mínimas y bellas que están,
que están.

¿Tú estás?
Los lugares en donde te imaginas, no existen más. Los lugares en donde se supone que deberías estar, no tienen cabida en ti. Los miedos de angustia terrible te arrebatan el sueño, mientras que al día siguiente te alzas en victoria y juras que todo ha acabado. ¿Lo está?
Una cosa hay, sí, segura: Que estamos vivos.


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