viernes, 19 de enero de 2018

Actos amorosos

Gestos. Recuerdos. Actos. Todo lo que me viene a la mente de lo que construye los vínculos, así, sin querer y se construyen. Se estrechan lazos, se abren las puertas, los ojos, los labios, los brazos, la mente y las piernas.
Esos gestos que enloquecen, que dejan perplejo cuando pasan; cositas de nada, cosa de sólo algunos momentos y los momentos.
¿Qué son los momentos? ¿Es posible guardarlos en una caja y seguir? ¿Es posible realmente atesorarlos? ¿La vida es una recopilación de momentos? O será que la vida es una recopilación de gestos, o de emociones, o de sentimientos, o de palabras dichas al aire, o de palabras pocamente leídas. ¡Qué se yo!
Los gestos que se convierten en actos amorosos. Los gestos que vienen al caso, o acaso al cazo. Esos gestos que hacen que uno se aferre a los vínculos, aunque el otro haya decidido otra cosa con él, aunque los gestos le hayan delatado.
Ay…
Mientras tanto, por las noches sumamente frías, invernales y secas, los recuerdos de los gestos me atormentan, me tienen paralizada, hacen que despierte y quiera decir mil cosas, mas luego me acuerdo que mis palabras son aparentemente necias, porque siempre aterrizan en sus oídos sordos, ahora más sordos que nunca.
Pero yo no fui…
No fui quien hizo ese gesto, ese abrazo, ese beso en la cabeza, ese silencio perfecto en la ducha. No. Yo no fui quien dejó, en ese único gesto, no implícito, sino más bien explícito, el acto amoroso, uno de los más tiernos e inesperados. ¿Y luego?
Luego, nada. Sólo los tormentos nocturnos, los recuerdos traicioneros, las mañanas más frías aún, despertar en medio de la obscuridad y levantarse. No. Yo no fui quien hizo el gesto delator. Tampoco fui quien decidió huir ante el inminente sentimiento, maravilloso y cruel a la vez, porque no huyo: Enfrento, aunque duela y mucho. ¿Para qué huir si no se puede?
Seré valiente. 


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