viernes, 30 de noviembre de 2012

Los enojos inexplicables

De extrañar tanto, de los tiempos perdidos, de los suspiros rotos.
Importar o no importar. Estar segura, insegura, perdida. Esos sueños en los que voy a alguna parte y me pierdo en el camino. Nada es ya lo mismo. De ésta, la que arruina, la que complica, la que abandona; ésta, la culpable de los vicios y errores del otro, la que reemplaza y juega con las pasiones de la gente. ¡Esa soy! Malvada, cruel, egoísta. Soy la que rompe todos los límites, la incestuosa, la soberbia, la loca, la sucia, la que nada le importa. Soy la que busca su sólo placer, la que no comparte, la que invita manjares y luego los niega.
Perversa.
¿Quién soy sino esa?
Si presiono menos, se van. Estoy hecha para aguantar, para sostener las relaciones solas, para callar y sentirlo todo tan dentro, y jamás expresar nada. Estoy hecha para contar el tiempo como cabellos muy delgados, perder la cuenta y volver a empezar con paciencia infinita, tan infinita que pronto se agotará. Estoy hecha para gritar, vociferar, reclamar, asustar, no dejar huir, fulminar.

"¿Por qué se siente mal señorita? ¿No estaba usted orgullosa de su manera de actuar?"

"Sí, lo estaba, pero ahora no lo sé; no sé lo que quiero, qué es lo que debo decir."

"Pues dígalo pronto, porque después lo olvidará"

"¿Qué es lo que olvidaré?"

Estoy hecha para olvidar las afrentas y seguir (y seguir con las afrentas bien guardadas entre ceja y ceja). ¿Quién me sigue?
Todo es cuestión de tiempo.