sábado, 7 de julio de 2012

Permiso


¿Cómo permití por dos años ser destruida desde lo más profundo? ¿Cómo fue que no vi claramente, hasta que el mar, con sus bravas olas, me abrió los poros y los ojos? ¿Cómo fue que no salí huyendo antes? Esa felicidad enferma no se la deseo a nadie, ni a ella misma. No tengo idea si siga en su misma casa, posición y comportamiento. Espero que no.
A partir de allí anhelé libertad; respirar frescos y distintos aires; ser siempre yo; nunca dejar lo que me constituye por vergüenza. 
¿Cómo es que perdí la calma ante la desesperanza? ¿Cómo es que la duda rompió mi paciencia? Tuve que salir del remanso en extremo calmo y tomar rienda de mis palabras y mis deseos, a pesar del dolor, de lo sabido, de lo aprendido; a pesar de la comodidad tibia y tranquila de unos brazos siempre—casi siempre—abiertos y de las ideas incomparables. 
En un filo de mi vida me di cuenta de que con prejuicios no puedo vivir, de que las personas merecen amor por sí mismas. Ante esto, tomé aliento y crucé el umbral que se me había abierto de par en par.
Estoy aquí, por irme, y aquí. Vencida por la ternura y los amores prestos. No puedo más que agradecer y moverme en consecuencia a lo que yo más quiero, a lo que amo, a las ilusiones guardadas por los siglos.
Que los sueños, aparentemente, sí se hacen realidad, ¿o estaba así determinado?

No hay comentarios: