miércoles, 31 de agosto de 2011

El agosto que se fue.


Las emociones, las decepciones. Conocer a alguien nuevo y luego ni siquiera ver cómo se larga.
Los silencios, esos terribles silencios. El muro egoísta contra el mundo de la injusticia enemistados, apenas rozados, forzados. Evitar lo más posible la intimidad y casi echar por la borda lo bordado por años, el entretejido accidental de nuestras vidas. Mejor negarlo todo, todos, a uno mismo, al vecino, a la mano que siempre está tendida. Mejor apartar de la vista a quien ha permanecido ahí por años, en mitades, en tercios y enteros.
Las irresponsabilidades más estúpidas, las omisiones; el pensar que el más pequeño requiere menos atención por su tamaño; el pensar que con cuidados mínimos se puede librar de una enfermedad. La supuesta facilidad y las garantías, no la individuales, no, las garantías que se le dan a una mercancía salida de fábrica otorgadas a un ser vivo.
Los enojos. De eso siempre estamos hablando, por eso siempre estamos así. Enojos que se tuercen con silencios obtusos y malos pasos y buenos pasos y dichos desdichos y otra vez a los mismos cuentos. ¡Ah, las culpas!
Las enfermedades. Lo que conllevan, lo que significan; las que vienen dentro de mi cuerpo y niegan irse. Como luchar contra sí misma, con ayuda de pastillas de colores. ¿Sería más fácil si fuera psíquico el malestar?
Tal vez sea la más fuerte somatización de mi vida.


1 comentario:

Blá. dijo...

Lo bonito de la vida es justamente esto. La vida es justo esto. Víve cada momento.