domingo, 7 de agosto de 2011

Fantasías


Fantasías, juegos, una cama limpia, una cama arrugada y en la esquina, la gata; la gata que me mira insistente para que me eche cerca y ella aproveche el calor natural de mi cuerpo para no tener más frío. Todo el calor posible, a pesar del mucho más pelo que ella posee, a comparación de mí.
La gata está dormida, no hace ruido alguno. Su respiración es calmada, sólo en apariencia. Sé que algo está soñando, porque de pronto mueve una oreja, o un bigote, o su pelambre se estremece.
No puedo dejar de pensar, cada vez que la veo, en el día en que la tuve en mis manos por primera vez, el mismo día en el que ella sintió lo que es el mundo, junto a su hermano, el malvado.
A veces me preguntan qué será de mí el día en que la gata Isis no esté ya en este mundo. No quiero saber yo de eso.



Hace unos pocos días me hablaban del amor, de lo bueno que es en todas sus manifestaciones, de lo mucho que valen las otras penas para conservarlo, de que no debería sacrificársele por nada. Todo eso es cierto y por eso, contra mi costumbre en este espacio de escritura, no abrí con una pregunta esta oración, no hubo ni habrá un: ¿Será eso cierto? Porque lo es, porque ese indescriptible, abarcador, abrumador sentimiento existe y está, y jamás deja vacíos, ni dudas.



Es ese sentimiento el que me ha hecho escribir tanto en este espacio; es ese sentimiento la razón de mis fotos, de mis quejas y de mis deseos. Y allí, en el amor, he dejado todo, hasta casi el hecho de abandonar el amor mismo.



Justo hace pocos días, en la misma charla, me han dado un norte y ahora comprendo, (ahora que recuerdo también la lección última de cómo dar un buen masaje) que, como había oído de varias personas, es verdadero que las acciones también necesitan su dosis de amor.



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