Ahí está, ya ni asomada, sino por completo encajada en mí: Desesperación.
La promesa de tener mi tiempo para mí, sin preguntas, sin ninguna atadura, sin presión de bajar a la cocina y tener que lavar las montañas de cacerolas que yo no quise jamás ocupar.
El tiempo se me fue; no fue ocupado adecuadamente ¿por qué? No importaba en realidad si era o no bien ocupado: sólo lo quería para mí.
En unas horas, se librará otra batalla.
¿Por qué demonios tengo que?
No hay comentarios:
Publicar un comentario