jueves, 26 de enero de 2023

No hacer. Hacer nada.

Enfermé esta semana. Quedé con tantito moco y me cuido de la ronquera, porque sino, ¿de qué otra forma podría yo comenzar el año dando clases de canto? Acabo de limpiar el suelo. Esta semana lejos de las actividades pública y físicas han dejado en mi un cuerpo más o menos descansado, una cabeza un tanto clara, pero una casa realmente sucia. No es porque seamos en realidad muchos, sino porque tenemos un nuevo gato y nos trae tierrita, además de que aquí la caña carbonizada cae como nieve y brinda a la tierra nutrición, y a las losetas, mugre. Purita y toditita mugre. Pero ni modo, ya no quería vivir en el monstruo llamado CDMX que porque era imposible, y sí. El plan era venir a vivir acá con mi Amor, encontrar un terreno para construir, comenzar a hacerlo y vivir haciendo lo que fuera que nos gusta. Y tantán.
El plan era venir a vivir aquí con mi Amor, mi gata Isis, mi perra Gilda y que a los pocos meses se mudara mi madre a Querétaro, donde tiene su casa amueblada, y todos abandonáramos la gélida casa el sur de la Ciudad. El plan fue, porque Gilda se quedó con mi madre, al igual que ella con mi padre y todo pasó por delante, justo antes de la pandemia, y nos llegó el año parado, luego vino el otro, y mi gata, y mi madre, esas dos se fueron.
No sé si en realidad me ha hecho bien ir con una psicóloga y hablar de las cosas así sin objetivos, porque me siento laxa, pero no quiero rigor, porque los objetivos me agobian y me llegan de desazón. La gente dice que está mal vivir así, que está mal no tener ninguna meta, ninguna ambición, que está mal no poderse imaginar en el futuro así exitosa, estable, remunerada. La verdad es que no me gusta hablar de ello, ni del éxito, ni de la estabilidad, mucho menos de la remuneración. Me la he estado viviendo así, cachando lo que viene para mí, sin mucha ambición de querer lo mejor, (¿o no?). No quiero lo mejor, ni lo ambiciono, porque lo mejor siempre implica más casas, más autos, más dinero, más fortuna, lo mejor para mi pobre cabeza crecida en este triste mundo no implica más nutrición, ni mejores condiciones, ni más felicidad.
Tampoco me gusta imaginar mi futuro, porque esas proyecciones siempre han de ser el de una casa propia, perro, gato, marido, carrera, trabajo estable, propiedades, compras, viajes, cosas que sí me van, pero que son para todos y yo no soy todos. Quiero un viaje a la playa, pero no a la playa donde todos van, quiero estabilidad, pero no la que implica no ver ni el atardecer, quiero carrera (pero si ya tengo una, pero no la ando presumiendo, aunque de tantas pausas nadie sabe de ella y todo se va para atrás porque además, al lugar al que vine a parar nadie te presta ni un lápiz si no sabe quién eres). Lo único que quiero es una casa propia y ahí es cuando llega la frustración, porque ya estamos en el umbral de febrero y ni siquiera hemos hecho lo que habíamos convenido hacer en diciembre, ¡en diciembre! Yo creo que haré esas agencias solas, sino eso tampoco va a avanzar, así como trámite del ISSSTE.
No me gusta hablar de mi futuro porque no se concreta, ni en uno, ni en dos, ni siquiera en cinco años. Lo que realmente quiero es construir una casa y habitarla antes de ser demasiado vieja, tener mi casa para nuestras actividades, nuestros gustos, nuestra familia, un lugar donde de verdad, nadie, NADIE nos moleste y no tengamos que vestirnos para ir al baño.
Pero en fin, lo único que venía a escribir es que me enfermé un poco y que finalmente hice la nada, LA NADA, y he podido ver series, películas, ¡he podido leer! Cosas que quiero, que me nace, cosas que hago para rellenar el tiempo, casi sin pensar en pendientes, obligándome a echar para adelante los trámites por hacer, los pagos, la maldita vida adulta. Esta semana en donde sólo me he cuidado a mí y un poco a las gatas. Esta semana merecida que seguirá así, hasta la última hora de este domingo, porque por supuesto que no iré a taller de teatro el sábado, donde seguirán ad nauseam con La Bella y La Bestia, porque he visto en las redes sociales que se promociona como taller de teatro musical y eso sí que yo no quiero, no me late, me cansa, me fastidia, hasta sueño que estoy harta. He pensado en renunciar, pero entonces, ¿cómo practico y perfecciono?
Y justo ahora, se ha ido la luz…
¿Por qué, en serio, a la gente le gusta disnei y el teatro musical? Tanto ruido, tantas luces y sonidos: estridencias que no te dejan la cabeza más que para ellas y no para las cosas buenas y mesuradas. Por eso es que no me gusta imaginarme en el futuro, mucho menos hablarlo, porque mi futuro imaginado –si acaso lo pudiese realmente elaborar en la mente– no es como el de los otros, con canciones sosas y luces y sueños de fantasía en donde al final el bien siempre triunfa, mientras que el mal es castigado. Eso no, eso siempre es muy aburrido. Mi película tiene suaves cabellitos, muy buena música bien estructurada y un argumento sólido como edificación antigua aún no descubierta por los saqueadores de tesoros (y los arqueólogos).

Yo


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