domingo, 23 de enero de 2022

Enero, que acaba enero.

De los días buenos a los días malos, y de regreso. ¿Acaso los hubo?
Días buenos, pendientes casi saldados, casi hechos. Lo último que nos queda es esperar a que acabe el día de este mes que fue el de enero, este mes que termina para mí cuando acaba la era del Capricornio, porque el resto no es para mí el mes mío, sino de otros. Este mes que me aclara cosas y no me aclara nada; que tiene para mí la esperanza de que va todo derecho, sin falta y sin detalles, ojalá y sí se logre, esta vez sí.
Ojalá y sí se logre el año y no se quede como hace doce meses, que se quedó en esperanza vana y se convirtió en terrible llanto. Las pérdidas están atrás, pero están curadas. Se llenan vacíos con el caos que está dentro de mí casa, el caos que acaba de tirar algo de la mesa y que me niego del todo a ver de qué se trata… El caos se llama Gaia.
Un pequeño nudo de tripas y ruidos latosos, una tibieza blanca en la noche umbría, risas, carcajadas, y unas cuantas preocupaciones. El caos se llama Gaia. 
Ella a vino a nuestras vidas de la tragedia, vino a alegrar el día y dar luz en mi alma, vino a complicar la vida de las otras gatas y a descubrir la inmensidad de mi paciencia. Vino a cobrar en sonrisas los amargos duelos y tropiezos, a mostrarme lo liviano de los nudos más inmensos. 
El caos se llama Gaia.
Y de éste viene la vida y nos da pie al más natural de los órdenes, el del amor todo inmenso, todo eterno.

Gaia


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