miércoles, 16 de septiembre de 2020

Una llamada de Feministlán / Las Heroicas

Mentiría si no me da miedo cada día que mi pareja en algún momento se le botara la canica y se convirtiera en aquel gran macho que todo mexicano tiene en su interior. En el Pater Familias sobre protector, en el hombre controlador de actos y de ideas, en el celoso patológico manipulador. Sí, diario tengo miedo por mí y deseo que no pase, que él siga siendo como se ha manifestado estos años, que siga congruente con sus ideales y jamás deje de poner en tela de juicio las acciones que le enseñaron que un hombre debe ser.
Lo conozco lo suficiente como para confiar en él, mi vida, mis pensamientos, la construcción de nuestro hogar y nuestro patrimonio. Le sé todo y él me sabe todo. No hay nada que ocultar, ni una mentira, ni un saber. Todo nos lo contamos, con la entera confianza de que es verdad, de que no nos hemos de juzgar, de que nuestros puntos de vista serán discutidos, pero jamás minimizado.
¿Qué les enseñan a los niños que deben hacer, que deben pensar y actuar? 
Ellos son los fuertes, nosotras las débiles, ellos deben resistir, nosotras flaquear, ellos deben de tener la mente dura y los músculos dispuestos para todo, nosotras debemos estar agradecidas por su escudo protector, físico e intelectual. Ellos accionan, nosotras nos sometemos a su acción.
Todos los días me pregunto si no uno de estos él tomará esas riendas de la vida, o si acaso no ya las está tomando y no me he dado cuenta, ciega por el amor incondicional que me profesa.
Luego recuerdo a otra persona, alguien que dice ser igual, alguien que dice apoyar la causa feminista, el aborto, la lucha contra la violencia, que decía ser un hombre que se cuestionaba y que ya no era el mismo de antes y…cómo después me desechó sin necesidad de la verdad, mirando sólo sus prejuicios y atacando mis supuestas acciones.
No diré que todos los días lo recuerdo, eso ya no pasa, pero de vez en cuando, y más en estos días, no por causa mía, sino por una tontería que él hizo y noté, pero hoy sí está en mi mente, porque gracias a él encajo, por desgracia, en aquél chocante dicho que reza: "El aliado de una es el agresor de otra." Dicho chocante que generaliza, y que por eso me desagrada. Y por él, porque se las sigue dando de aliado feminista y porque él y sólo él ha sido el único que ha puesto en tela de juicio mi sexualidad, es que caigo en la terrible generalización, penosa, desagradable. 
Él es una muestra de la desgracia, de que el machismo no se sacude con una toalla, que, por un lado se dicen liberados del machismo y por otro lado, lo siguen actuando. ¿Y ellas? Y las mujeres mayores no actúan de la misma manera?
En mi vida nueva en estos lares me di cuenta de muchas cosas, que la burbuja citadina nos protege, que no todas las mujeres crecen y se desarrollan igual, tanto por la zona urbana, como por la clase social, aprendí que muchas mujeres jóvenes crecieron más precipitadamente que yo y se dieron de frentazos con los machos horrendos de estas tierras. Les enseñaron a ser mujeres —cualquier cosa que eso signifique— y como tales las maltrataron muy, pero muy pequeñas, sin haberles dado la oportunidad de respirar un poco de madurez antes del golpe machista. También, por razones generacionales, ellas tuvieron los estereotipos de género dictados por el mercado, mucho más marcados. Así crecieron, sin ver otra posibilidad de vida, creyendo que ser niña era portarse bien y ser mujer era lo que escuchaban y veían en los medio. Y, como se vieron en la necesidad de crecer velozmente, no tuvieron la oportunidad de probar y reprobar lo que les habían enseñado del cómo ser mujer.
Llegué, las conocí y aprendí de ellas. Les llevo ya varios años, muchas de ellas estaban naciendo cuando yo estaba iniciando la carrera, prácticamente ninguna gozó de ver el contraste del siglo XX, de lo sórdido de un muro divisorio a la esperanza de un mundo unido en la paz y la libertad, misma que se desapareció un 11 de septiembre, evento en el cual no ahondaré.
Las conocí y supe que ellas eran sabias, que su fuerza no estaba dirigida por un berrinche, sino por el hambre verdadera de justicia. Supe que sabían lo que hacían, que leían, se informaban, que no todo lo hacían con víscera (no tanto). Supe sus historias, que todas habían llegado a ese punto del feminismo por sus historias de maltrato. ¿Cómo era posible que chicas de menos de 22 años ya tuvieran una historia de violencia física, un procedimiento legal contra alguien, la necesidad de atenderse en un psiquiátrico?
Algo definitivamente se está haciendo mal cuando mujeres tan jóvenes tienen que dar su tiempo de vida en lo que se supone que debía estar solucionado desde hace años.
Y lo que más me enoja, además del sistema que desprotege a las mujeres que apenas están llegando a serlo, son las mujeres mayores; todas aquellas que se ciñen a los preceptos de su edad, de las enseñanzas de su infancia, de su juventud; todas ellas que no ponen en tela de juicio nada y piensan que las más jóvenes son simplemente tontas, por jóvenes, que son inexpertas y, por lo mismo, incapaces de formarse juicios, de organizarse para algo bueno, que todo lo hacen por berrinche, porque ellas no saben. 
Me enoja que esas mujeres mayores crean que las jóvenes son débiles porque se quejan, porque no aguantaron en silencio lo que ellas pasaron, no importando que, tanto las chicas, como las mayores, todas, hemos vivido experiencias similares, porque hemos sido criadas en México, en Latinoamérica machista y misógina. 
Me enoja que esas mujeres mayores quieran medir a las jóvenes con la misma vara con la que fueron medidas, que no se acerquen a ellas, que no dialoguen con ellas y que crean que sus años son la verdad única. Me enoja que las mujeres no deseen desempolvarse el supuesto respeto a sus canas y vean que el problema es de todas, no sólo de ellas y que sólo ellas tienen la solución.
Me enoja la mentira, la mentira de él, las mentiras de las que se creen la Verdad. Me enoja que todo lo quieran ensuciar con lucha política y de fuerzas, que siempre gane el prejuicio sobre la justicia.



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