Hoja en blanco.
Pensamientos acostumbrados.
Ruido. Silencio. Comodidad. Angustia.
Yo no sé qué son los celos, los conozco. Son la puerta del tormento del inseguro, la alarma imaginaria, la pesadilla y el reproche a media noche. ¿Decía que no sabía qué eran los celos?
Recuerdo esa vez de sueño, el llanto y el castigo por algo no cometido.
Pero hay una diferencia grande entre la opresión en el pecho de los celos y el drama a gran escala.
¡Qué voy a saber de ello! Si todo eso quedó en el pasado remoto, muy remoto. ¡Qué voy a saber, si no lo recuerdo!
Yo no, pero sí mi cuerpo. No tiene la culpa la música, sino el evento. El acondicionamiento…
Y si he despegado es porque he querido, no importando nada, más que mi propia vida y mis placeres. Si temo, debo aguantar y seguir adelante, no hay manera de detenerse. Si caigo y me lastimo, no habrá sido la primera vez, la primera vergüenza o el primer desazón.
Y ya estoy volando y se siente bien, pero ahora temo el azotón, la dureza del suelo, que la inseguridad me carcoma. No hay mucho seguro, a veces nada, pero sigo volando.
Sólo espero ser suficiente.
(Sí, a veces me dedico a no ser clara.)
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