miércoles, 7 de septiembre de 2011

Que me perdonen



De los humores raros, de levantar olas, de cansarse por aguardar sin querer el tiempo. Del cansancio inexplicable del cuerpo y los números que transcurren en la pantalla del ordenador (o los segundos que suenan algo constantes desde el reloj de pared).
De defenderme y de darme cuenta que no siempre envejecer hace más sabias o más cautas a las personas y que, tristemente, las hace más rencorosas, más propensas a la crítica injustificada, más persignadas.
De no saber quien ha perdido a quien, pero bien oír en mi interior la voz justiciera, la voz que me sabe y apacigua los demonios; el escudo protector.

1 comentario:

Blá. dijo...

EXcelente, para variar.