lunes, 12 de septiembre de 2011

La divinidad


La divinidad que nos alcanza, como el tiempo, como la sombra de la pesadez. La divinidad que atraviesa el cuerpo cuando las harmonías son perfectas, cuando la voz finalmente fluye. La divinidad que vino y dejó todo claro. Sané.
El cuerpo, traicionero, en dolores varios y las respiraciones de emoción entrecortadas. El control perdido y hallado en minutos importantes. Quizás todo hubiera sido mejor para la ejecución si las respuestas hubiesen terminado acalladas por el brillo de los alientos o aplastadas por largos acordes de órgano, mas no: las ondas sonoras rebelaron la verdadera magnitud de las cosas, los detalles nimios y todo aquello de verdadera carencia de importancia fue erradicado, (¿verdaderamente lo fue?).
Comunión en la sala de conciertos y el descubrimiento más exquisito de un dios físico e inmortal, del que jamás debí renegar y al que he de seguir sirviendo, fiel y bellamente.

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