lunes, 13 de junio de 2011

Y eso será todo lo que diré sobre ese tío...


...cuyo nombre no recordaremos más.



¿Qué sonidos escucho esta noche? El rechinido de unas llantas, ¿o acaso el silbar del viento? Si los árboles se miran agitados, debe ser entonces el pavimento estúpido contra la rueda que ha sido herramienta favorita del hombre. Ya no lo hay.
La pequeña sensación de reconocer que se ha estado tan mal por muchos años, que se han hechos ridículos y medio, que se debieran, justo ahora, tirar a la basura tantas hojas. Esas hojas sin sentido, sin placer, embarazosas, las que jamás en la vida volveré a mostrar a nadie. ¿Sería yo capaz de tirar los sueños que creí verdaderos cuando adolescente era?
Recuerdo ahora cuando K me explicaba su desazón ante la frase de su hermana: "No vale la pena". No vale la pena hacer tal o cual; tú no vales esa pena, ese trabajo, ese cualquier mínimo—o máximo—dolor. Entonces comprendí la magnitud de la frase; lo ínfimo que uno puede llegar a ser ante los ojos de alguien: Ni para eso valgo yo.
¿Con qué otra sorpresita me pueden salir?


Al final de día, cuando se queda sola, sabe, quiere, necesita decir algo más, pero no encuentra a quien, porque todos están lejos, distraídos, ocupados, aislados, ¿o acaso es ella la que está así? Sabe que en su ardiente pecho no queda más que guardar silencio, o guardarlo todo para después, o callar para siempre jamás.



Quisiera, pues, dejar de tener tantas preguntas en el tintero.

(pensando en las preguntas jamás hechas)


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