miércoles, 23 de junio de 2010

Canchinchín y decir adiós.


La lluvia. ¿Quién la invitó? ¿Quién le dijo que podría venir acá, a lo alto, a mojar mis pastos, mis árboles, mis frutos, mis arbustos, mis flores? ¿Quién le dijo que podría venir acá a hacer feliz a mis amigos verdes?
A veces no es tan mala idea vivir en lo alto de la ciudad y ver cómo se hundirá, mientras yo simplemente puedo acaparar agua para sobrevivir un poco más.
A veces no es tan malo, porque el silencio me aconseja, me adormece, mece mis ojos y los revuelca. A veces es malo, porque los vecinos cada vez son más sucios y dejan sus bolsas de basura en las calles, cual si fueran vulgares defeños.
A veces mi cabeza se deja volar por mis cabellos y llega más allá de donde nunca creí llegar, como si fuera la magia más fuerte que mi voluntad, como si el destino me arrastrara lejos y yo, su más fiel víctima, simplemente me dejara ir. Aunque a veces también todo desaparece y quedo en el vacío, sin disfrutar ni nada, y dejo que todo pase ligeramente a mi alrededor, como brisa suave.


Mas ahora, con estas lluvias veraniegas (sin suave brisa), lo que pase a mi alrededor no será para nada ligero.


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