miércoles, 8 de abril de 2020

Da igual, desapareceremos.

Tengo sueño y ganas de llorar; yo sé que es por el sueño.
Veo a la gente sólo por las redes sociales desde que llegué a vivir a este paraíso tropical, así que el hecho de no verlas físicamente no cambia nada en realidad, nada, hasta que las veo ansiosas y desesperadas. Yo no lo estoy.
Yo estoy temerosa.
La ansiedad por el encierro ha sido mi constante, sobretodo desde el año pasado, hasta que conseguí algo de trabajo y pude salir a ver el mundo, en tanto, fui carcomida por la soledad y el encierro.
Eva, tan sola, en una casa grande que no es propia, con un vecino que le era extraño, nadie más al rededor con quien platicar. 
¿Qué hice entonces?
Escribir y escribir por este medio, escribir con cierta disciplina para manifestar mi hartazgo y sacar algo de la molestia que llevaba dentro.
Todo ocurrió después de que se me rompiera el corazón por mi gatito muerto; me trastocó. El Coso me hizo cuestionar las razones verdaderas de la maternidad y me quedó claro el porqué estoy incapacitada para criar seres humanos. Mi mente no da para tanto.
Después el encierro, la soledad y el aislamiento. El cansancio de mi Amor cuando venía y yo manteniendo el hogar en orden para su regreso, a pesar de estar enferma casi todo el tiempo, pero a flote, ¿por qué? Así lo había querido.
Muchas veces quise ir a casa de mi madre para no estar sola en esta casa, pero tenía la responsabilidad de las gatitas, de las vidas pequeñas y diminutas a mi cargo. (Ahora están aquí metidas, dormiditas, porque hay un perrote grandote afuera que no las deja estar tranquilas). Y no fui, y lo fui postergando, hasta tiempo después de que aquél aislamiento terminara, hasta tiempo después de que conociera a las Heróicas y abrazara ardientemente la llama feminista, hasta que…ya no pude ir a la casa de mi madre a verla, a ver a mi padre, a ver a mi perra, a pelear contra el frío, y ver mis plantitas, a quizá, tomar un par de libros y traerlos acá. Ya no pude. Aunque sí fui alguna vez más, no le hice la visita grande que tenía planeada, la de quedarme en casa y platicar con ella, comer mucho y dormir algo, ya no pude.
El aislamiento y la ansiedad que ésta conlleva. Lo entiendo perfectamente; entiendo cómo la gente que solamente he visto por redes sociales en este par de años se siente. No las subestimo, no minimizo su sentir, quisiera poder decirles que eso pasará pronto (aunque quizá no sea cierto), quisiera decirles que la gente dejará de ser estúpida (aunque sé que eso no es cierto).
Una ansiedad terrible los carcome, saben que la muerte está tocando sus puertas, las araña y los llena de incertidumbre. Es eso, la incertidumbre justamente, esa que no deja de rondar por las mentecitas sanas y enfermas, porque todos estamos en la misma situación.
No diré ahora que no estoy ansiosa por la incertidumbre ante la espera del llamado terrible de la muerte, no por mí, sino por mis seres queridos. Sé que no sería así, sé que no, sé más o menos de dónde podría venir, pero no así, pero el hecho de que mi madre sea el blanco perfecto para la enfermedad pandémica que aqueja este año, me tiene no muy tranquila.
Sólo resta esperar, sólo resta un ojalá.
Tal vez ya sé por qué quisiera llorar, además del sueño.
¿Qué se puede hacer ante la ansiedad y la incertudumbre, entonces?
Pues nada.
Pero quizás también sea mejor no desesperar y llegar al lugar privilegiado del juzgador moral supremo, el que sólo se queja de las acciones de los demás, de los que salen, de los que compran de más, de los que no hacen lo que por disposición oficial se debe hacer, de los que son personal médico y sale de los hospitales después de atender a los enfermos del Coronavirus.
Que si muertos de hambre, que nacos, que incoscientes, que infectados. 
¿Qué le está pasando a la gente? Tanto a los guardados, dueños de la rectitud moral intachable, los escrupulosos de la limpieza, los que miran con espanto cómo la gente sale de sus casas, a pesar del llamado a no hacerlo, como de lo que salen, escupen, tosen y van por la vida sin ton ni son (tal vez como siempre han ido)?
En mi anterior aislamiento perdí la fe en la Humanidad, vi cómo la gente se desdibujaba ante la amenaza del otro y cómo atacaba con pobres justificaciones y lo hacía muy fácilmente a través de los escaparates sociales y de las multitudes demenciales. ¿Podía yo esperar algo más bajo? Quizá no, pero luego me sorprenden y veo cómo unos y otros juzgan, ya sea desde lo impoluto, ya sea desde la falta de datos científicos y el miedo, ya sea desde la violencia, ya sea desde la indiferencia.
Ahora, justamente ahora, en emergencia sanitaria, todos muestran su cara verdadera, su mezquindad, su apatía, su individualismo, ahora, justo ahora, los humanitos se muestran tan fuera de sí y de la sociedad, que dará igual que sigan o no acatando las reglas, porque alguien, siempre habrá un alguien que rompa la ventana y se forme la descomposición social, esa misma que tanto hemos anhelado irresponsablemente en lo individual, pero nos llevará a la destrucción colectivamente.
No, no pediría un orden fascista que nos mantenga a raya, pediría consciencia en todos y cada uno y todos, pero, ¿a quién quiero engañar? Eso no pasará jamás.


No hay comentarios: