jueves, 22 de noviembre de 2018

Entrada del desarraigo.

Sentadita, esperando a que no se me acabe aún la batería, estoy, estoy sentada en una cafetería, la de los abuelos, esperando a que mi novio termine las labores del día, porque ya me quiero ir. ¿Será que me va a dar alguna enfermedad? Ojalá no, porque no quiero pagar por medicina. Odio la medicina.
La última vez que tomé medicina, no me fue bien.
Tengo frío.
¿Qué tanto ha pasado desde la última entrada?
Muchas cosas. 
Hemos cubierto eventos, hemos caminado como locos por las calles de Cuautla buscando comida, escuelas, gente, buscando más y más oportunidades. 
Dicen que uno se labra las oportunidades, eso dicen; yo siento que las oportunidades llegan y se brindan a ti. Habrá gente que piense lo contrario, ¡qué sé yo! Yo no sé nada. Cada vez sé menos del mundo, cada vez veo más de cerca el mundo matraca y cada vez me cae más gordo.
¿Por qué a gente se deja envolver por los sinsentidos de otra gente? ¿Por qué caen en engaños manifiestos?
No hay un salvador, no hay un mesías, no hay quien vaya a solucionar tus problemas, ni quien te vaya a proveer de justicia.

El salvador, el mesías, el solucionador de problemas y el dador de justicia eres tú mismo.
Cada vez me convenzo más de que la anarquía es el camino, ¿estoy loca? Quizás estoy perdiendo el camino, quizás no doy más conmigo, no sé. Yo nunca sé nada. Soy como un pozo sin fondo, un pozo donde todo se pierde, donde nada nuevo te puedes hallar, ¿¡qué si no!?

Me gusta vivir aquí, eso sí, me gusta el calor, la comida, las posibilidades infinitas, me gusta sentirme desarraigada y atada únicamente a los saberes de antaño. No sé si querría siquiera que mis abuelos se sintieran orgullosos de mí, ¿no es eso algo cursi acaso?

Caminante del desarraigo.

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