lunes, 19 de junio de 2017

Del presente. De la religión.

De la religión. 
No sé de qué sirve tener una religión si no se tiene fe verdadera, si se cumplen con los pasos por mero lujo, si te escudas en ella para juzgar a los demás, aquéllos que tú piensas que no son como tú, que no son iguales, que son inferiores a ti. Sí, quizá también estoy juzgando, pero muy desde mí, no escudándome en algo que alguien dijo que dice, porque no, tampoco te has metido a leer y a investigar. No sé de qué sirve decir que se es de tal o cual religión, ceñirse a preceptos caducos, llenarse la boca de jesuses y dioses y no ver lo que está alrededor. 
¿Qué me molestó?
Un hombre que se subió al transporte público a gritarle a la gente que por pensar estaba pecando, un hombre que citaba libros del viejo testamento, o eso creí oír, para decirle a los usuarios de dicho transporte cuán mal estábamos en la vida. ¿En serio? ¿En serio esa gente no puede ver la bondad en el otro? ¿No puede ver la verdadera conexión, los hilos de colores, esa Herrlichkeit que abraza?
Creo que no.
¿Qué más me molestó?
Una niña que, presumo, está haciendo la tortura del catecismo, platicando gustosa de lo que vio y tiene que ver en sus lecciones, del viejo testamento, también. La niña se veía emocionada y contaba sin cesar a sus padres, mientras éstos no la escuchaban, no la miraban, estaban absortos en el celular, viendo quien o qué les había respondido alguien en su red social. ¿Para qué llevan a la niña a clases de religión si ellos no se interesan, ya no tanto por la religión, sino por su propia hija?
De verdad que no entiendo a la gente, a toda esa gente que dice tener una religión, que dicen que cumplen con ella, que gastan mucho dinero en las fiestas, las ferias, las misas. No los entiendo, no veo cómo llevan su vida a través de la culpa y de juzgar a los demás, a través del amor de dientes para afuera y no de la verdadera aceptación. No entiendo cómo no pueden ver la belleza de este Mundo y cómo su pobreza es tal que sólo recurren a su divinidad cuando se encuentran en dificultades. Es eso. Justo es eso.
La incapacidad de reflexionar sobre la que dicen es su religión da por resultado pobreza mental. Qué triste.

Del presente.
Un día, una hora, un minuto, un segundo. Respirar y estar en el momento, sin viajes al futuro, sin imaginaciones, sin planear nada más allá de lo que se come en el momento, lo que se hace, lo que se vive y simplemente disfrutar. De eso se trata ese juego, del momento. El momentum. Y no desear nada, más que el otro esté bien, que el otro siga siendo amable, que el otro esté en disponibilidad. Ah, pero los momentos. El momentum. Cada precioso detalle, el tacto, la mirada, lo dicho y no dicho. Lo escuchado, cada acto, cada gesto, la confianza o responder a las preguntas apasionadas que tal vez no se deberían haber hecho y, sin embargo, se hicieron, por la incertidumbre del futuro y del presente mismo, por la necesidad de solidez. El presente y la solidez, la inexistente solidez, porque sí, la vida parece ser líquida, fluye y, mientras se mueve, todo estará bien.
Unos dirían que nada hay nuevo bajo el sol. Yo diré que siempre será mejor si fluye y si se siente bien.
La belleza

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