domingo, 7 de septiembre de 2014

El extremo vacío de los quicios

El quicio, sacar de quicio. Casi, casi me sacan de quicio y caigo y quedo chueca, casi o ya estoy chueca, o ya estoy fuera de mi quicio y estoy volando hacia la locura de las respuestas sin preguntas. Entre no saber qué vale o si lo vale o si quien vale lo vale o valemos... madre. Valemos madre todos, así, sin material, sin dudas a resolver, porque no las hay, porque no hay solución, porque la vida es eso que no tiene explicación, que sólo sucede, como risa estrepitosa, llenadora. 
El quicio de la vida. Si la vida no tiene pies ni cabeza, menos quicio y, ¿por qué estoy escribiendo esto? ¿por qué no simplemente me pongo a decirle a cada uno lo que pienso de ellos? Yo los quiero o los amo o estoy decepcionada o siento el abandono de sus días. Cada quien hace lo suyo lo mejor que puede, igual que yo con los alumnos cada que los veo. Si acaso le viera sentido nuevamente...
No hay sentido, no hay consenso, no hay verdad que valga, ni fe, ni esperanza, no las hay y esa es la realidad, la realidad que nadie sabe, que no digo, que niego, que negamos todos. Caminamos a obscuras en este frío mundo o en este árido mundo o en este anegado mundo. Caminamos, descansamos, subimos, bajamos, como hacer el transborde eterno, como si existiera la finalidad.
La finalidad es lo que imaginamos que pasaría alguna vez en la parada del camión.
Qué asco.


Akira

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