miércoles, 5 de junio de 2013

Inconexos


Debería dormir, pero prometí escribir a mi regreso. Escribir de noche, de madrugada, con los perros aullando y también las sirenas. Mentira: los perros sólo ladran. ¿Cuál será la razón?
Quería escribir algo bello o algo profundo, o algo que denotara mi estado de ánimo últimamente.
Abandono, sí, abandono. Lo he hecho pocas veces y poco me arrepiento. ¿Quién no lo ha hecho? ¿Quién se ha quedado por años esperando a que suceda el milagro mágico de la felicidad de que alguien regrese? ¿Quién ha mantenido la esperanza verdadera cuando es evidente que el pasado que siempre fue mejor no existió?
Debe haber gente así. Quizás conozca a alguien y no lo sepa. Quizás yo fui así alguna vez, y es que no, desde hace diez años no estoy esperando a que vengan a amarme; tomo el amor en mis manos y lo ejerzo, cabalgo, calculo y ataco. ¿Para qué perder la oportunidad de estar con alguien en espera de alguien más? ¿Por qué no dejar un poco de esperanza en la puerta, junto con la sal y todas las especias?
Dejé que me recogieran del aislamiento; dejé que me recogieran del maltrato. Volé hacia donde jamás pensé que tendría cabida, a sus sueños, sus esperanzas: su vida.
Pero, ¿por qué escribo todo esto?
Sexo y muerte, sexo y muerte.


1 comentario:

@patty__neta dijo...

Yo he oído perros aullar, ¿sólo fingen? Ah y yo soy, fui alguien que esperaba que alguien volviera, ahora sólo muy en mi subconsciente... ¡envidio tu libertad de amar!