miércoles, 25 de abril de 2012

El duende que te muerde en el corazón.


Días atravesados y noches intensas. Noches atravesadas y días intensos. Días de calma y tiempo recrudecido; no perdona nada, ni dice la verdad cuando la pides. Sería bueno tener compañía nueva para refrescar algunas ideas vetustas y renegridas; sería bueno sacar de los rumbos cómodos a todos, desnudarlos y darles la ropa que jamás se hubieran puesto.
El silencio que tanto disgusta viene calando desde el poniente, deja dormir poco y no muere.
¿Qué se cocina en los días inmóviles?
El deseo está del otro lado de la ventana, pero no quieres abrirla porque sabes que llegará el día en que te dirán que haces mal, todo mal y te arrastrarán de los pelos hasta la puerta para patearte—por segunda vez—y hacerte a un lado de sus vías.
La necedad insaciable se come las venas y deja las arterias libres para que la injusticia haga de las suyas.
Tendría que llamarse secreto y no silencio para que corriera en calma y sin opciones de desesperanza.
Los ardides también cayeron por peso propio, como las mentiras y los días que no ocurrieron por cobardía. 
El fuego quemará los leños y quedarán las brasas, oh ardorosas brasas, para jugar con ellas muchos ratos sin sueño, o que mejor el tiempo venga y se las coma, o se pinte con ellas un bigote y riamos juntos de él.

No hay comentarios: