martes, 8 de julio de 2008

Haciendo tapioca

No he aprendido nada en realidad, no mucho, no nada. Soy un pizarrón en blanco, de los blancos, ya no de los verdes que casi no se usan. De niña mis padres me compraron un pizarrón blanco porque siempre había querido uno para jugar a la maestra. Cuando lo ví tuve una pequeña decepción. Todo por su color; yo quería un pizarrón de verdad: uno verde. No recuerdo bien si les hice saber mi desazón, probablemente sí, pero seguramente ellos me convencieron con la posibilidad de usar mágicos plumones que se borraban y ¡de colores!
Al final, lo acepté, lo hice mío, muy mío, fue mi compañero de muchos juegos y estudios y ahora es una bonita pizarra, jamás borrada, con imanes varios y papeles pendiendo. Me pregunto por qué no me he atrevido a borrarlo. Ah sí, por algunas palabras, casi ilegibles, pero que aún están allí: ICH LIEBE DICH
________________________
Desago bendiciones. Soy una maldita dehechora de bendiciones. No me atrevo a tomarlas por el bien que me causen y las tiro, como calzones sucios; como cáscaras de plátano después de haber ejecutado el licuado; como uñas rotas, cortadas con filoso cortauñas, cuchillo, navaja o machete. Veo el mundo y sus bondades, las bondades que se me brinda sin pedir nada a cambio, los consejos bienintencionados, las verdaderas palabras de amistad y de aliento y digo: "Ah, que curiosos son. Si supieran..." Los considero momentaneamente y sigo mi camino.
Todo está al alcance de mis dos manos; todo está sobre mi cabeza y bajo mis pies, todo. Pero nada hago; me siento, me oprimo, me magullo, me detengo, me ninguneo.
Hay pocos momentos en mi vida en los que me dejo consentir, aconsejar, reconvenir. Uno de ellos fue hoy, haciendo tapioca -extraño momento madre•hija- por primera vez en mi vida. No sé cuándo habrá nuevamente otro connato de humanidad en mí.

No hay comentarios: