martes, 15 de octubre de 2019

Pendientes

Tuve que escribir, a pesar de no querer. ¿Por qué tuve que hacerlo?
No hay lugar como el hogar, el hogar, y ese antiguo hogar al que me niego a regresar, aunque se me ha pedido por el padre, porque se encuentra enfermo, pero ¡no hace caso a las indicaciones médicas! ¡Deja su tratamiento! Y la madre, que se ha quedado con él azarosamente, se cansa, pero no me pide que vaya, porque sabe que el padre sólo quiere atención.
Pienso en él, en lo que ha hecho por mí en el pasado, y sé que debería ir, ¡pero cuando fui se había ido con un sobrino! ¿Cómo hacerle? Me encuentro lejos, a casi cinco horas de distancia en camión, porque manejar me agota bastante, y el frío. 
Pienso en los pendientes que tengo también acá. En esos proyectos atorados, en que no sé cómo empezar. Pienso en lo que necesito hacer, en las esperanzas y la espera. Sólo pienso. Luego termina la semana y comienza la parte de ir a trabajar, viajar, ver qué doy de clase, seguir, y pienso… luego hago. 
Y continúa la siguiente semana, no tan exactamente igual a la anterior, pero con unos muros de silencio algo inquietantes. Yo no sé qué hacer.
A veces me siento sola. A veces dejo simplemente que el Amor se encargue de la casa, pero luego no se puede, porque siempre falta algo por completar, un trapo, dos cucharas, la ropa. No sé. Tampoco puedo soltar del todo, porque no sé soltar y, cuando suelto, algo raro pasa.
También la gata Isis ha estado más caprichosa que nunca; con esos deseos de pasear en el balcón a mitad de la noche. Me despierta y no puedo hacer nada, porque lo despierto, no le puedo hablar, porque lo despierto. Entonces me levanto, la regaño o la saco, y de todos modos lo despierto. Quisiera que él se despertara también y viera por ella. Dice que lo hace cuando yo no lo hago,  no sé, supongo, porque hay noches en las que sí logro dormir de corrido, y pienso.
Han sido días extraños, pesados, raros, molestos. Han sido días en los que no me acomodo y sé que él tampoco del todo. Los tonos, los modos, y yo me quejo, porque sí.
Son días en los que mi necedad se encuentra con la necedad de los demás, en los que no encuentro más que desesperanza, donde por más que veo, pienso y pienso, leo, razono y pienso y luego él me explica el otro punto de vista, no encuentro más que callejones sin salida.
Sí, el macho siempre será macho.
Sí, el macho no desaparecerá nunca.
Sí, el macho está instalado en su sillón de la comodidad.
Sí, el macho tiene el poder.
Sí, el macho está riendo justo en este momento de toda mujer, hasta de su madre.
Sí, no hay manera, no-la-hay, de que un sólo macho reconozca que hace daño, aunque sea el más mínimo.
Sí, el macho cría otros machos, irremediablemente.
No, no hay forma de que el macho se replantee su existencia y las maneras de convivir.
Sí, el macho puede aniquilar con facilidad.

No, no hay esperanza.
O veo el mundo arder, o me voy.

Yo creo mejor me voy.

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