jueves, 5 de noviembre de 2015

Noviembre 4

Ahora que ha pasado el noviembre 4, puedo escribir. Puedo escribir y no leer. Puedo vomitar y no escribir. Puedo y lo haré. Ahora que ha pasado el 4 de noviembre recuerdo cómo es que la gente me ha adoptado en la etapa más oscura de su vida y luego me ha desechado, cual si yo hubiera sido el factor más importante de la oscuridad de su pensamiento. 
No. Yo no les metí malas palabras, ni depresiones, mi malos pensamientos, ni odios, ni rencores. No tengo tanto poder sobre las cabecitas de esas pobres gentes que creen (porque aún lo creen) que yo fui la que les enseñó qué es la depresión, qué es el sarcasmo y qué es eso de no sentirse a gusto con su propia existencia.
No, señoras y señores. No tengo yo tanto poder como para poner cabizbaja a la gente, como para que la gente desee esconderse del mundo. Si ellos decidieron abrazar la depresión, fue por voluntad propia; como tampoco fue mi voluntad que ellos se alejaran porque abrazaron la fe religiosa y decidieron que yo era el factor que les hacía daño.
A muchos años de distancia, sigo sintiendo que merezco una satisfacción, que las personas a las que no hice ningún mal deberían ofrecerme una disculpa, un helado, una charla, dinero, un saludo, reconocer sus errores, porque no, yo no soy la mala del cuento.
La lealtad es algo que me caracteriza y no la traición, como alguna otra piensa.
Cómo quisiera a veces encarar a todos esos que creen en mí el mal encarnado y decirles que me han utilizado como un espejo, que me han hecho la imagen de la caja en donde guardan sus más oscuros secretos y temores, cómo quisiera que esos que han cometido injusticia hacia mí tuvieran el valor de reconocer que son ellos, y no yo, los que padecen demonios y los niegan.
Por mi parte, estaría mejor decir que los perdono, eso podría ser justo. Quizá los perdone, pero no los olvidaré. Hay gente loca en todas partes. 

Una ofrenda para todos ellos.

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