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martes, 30 de julio de 2024

Lo hecho, desecho.

Me encuentro. ¿Pregúntenme cómo me encuentro?
Otra vez el ruido, otra vez la vida y los días, los odiosos días. No poder escapar. No poder simplemente salir sin un horario y admirar las nubes, esas maravillosas nubes de verano que todo cubren: Mis sentimientos, mis motivos, mis ojos. Otra vez las nubes.
Y yo que pensaba que no las habría, ni tampoco luciérnagas, ni libélulas. 
Y al final las hay, pero ¿qué más me da? Qué ganas de ser perrito de zona arqueológica para ir caminando feliz por los lugares frescos y recoger caricias y proteger las tierras. Qué ganas de ser gatito zampón, que duerme como un bendito, que recibe besitos. Qué ganas.
Me encuentro. ¿Cómo me encuentro?
Un tanto desecha de los nervios. A veces –casi siempre– me causa gran pena el hecho de mover las actividades diarias y acomodarlas al antojo del padre (porque no hay de otra). A veces –casi siempre– quisiera no tener horario y entregarme a la vagancia, recoger las hojas, tirar para delante y estar en una playa bien remota. A veces –casi siempre– pierdo el sentido de las cosas, se me atiborran las ideas y el cansancio invade hasta la punta de mis cabellos.
Hoy rescaté una luciérnaga mientras regaba mis plantas. ¡Qué dicha de verlas brillar, qué dicha de que me caminen la mano! Agradezco esos pequeños pedazos de vida que me sujetan al suelo y me quitan de pronto tumbarme y no levantarme.
No es que no quisiera críos, es que ya pasó el tiempo. Es que valoro mi vida, mi tiempo (el que tengo mío), mi silencio. Es que no deseo perder mi salud –si es que la tengo– y poner en riesgo mi vida. Este cuerpo ya va para otro camino, el mío, el que me he forjado, y ahí no están esos críos. A veces –casi siempre– me es molesto hablar de eso con gente, ¿qué demonios les importa, si ellos no soy no, si no saben de mi mente?
Son impertinentes. Son molestos. Debieran callar, callar para siempre.
Me encuentro. ¿Qué es un encuentro? Un hallazgo de dos o más cuerpos en una encrucijada abierta, entre flores, cañas y olores. Me encuentro arrastrando dolores.






martes, 10 de mayo de 2022

Sufrimientos

Este día de la madre la recuerdo, pero no la recuerdo ni bonito ni feo, sólo la recuerdo, no a ella, sino lo que opté por hacer ese día para festejarla. Comida y pastel. No había otra cosa más que saliera de mi corazón, ni de mi bolsillo, porque le gustaban cosas muy caras, o perfumes muy oloroso, o aretes sólo de oro, porque le hacían reacción los otros, que sabía que perdería muy prontamente.
Alguna vez de algún viaje le regalé una mañanita, esa sí le gustó.
También alguna vez le regalé un rebozo, ese también le gustó.
Fuera de eso, cualquier otro regalo no sé, creo que no le gustaba, o tal vez sí, pero me era difícil encontrarlo en esas fechas, puesto que todo está retacado de cosas que el mercado dice que le gusta a las mamás, cosa más mentirosa.
Este día de la madre la recuerdo y la recordaré, porque veo que muchas la festejan, la exponen, la presumen. Yo no, sólo, acaso, muestro su imagen, la expongo un tanto. Jamás en vida la presumí, jamás dije, miren todos es mi mamá. No era vergüenza, era algo personal e íntimo, era mi relación con ella y nada más. Nadie más tenía que inmiscuirse en ella, nadie. Aunque al final resultara que todos querían meter su cuchara, que varios dijeran pestes de mí con ella y que ella optara por no decirme las cosas importantes. Aunque al final resultara que quien yo creía que era ella, no era, sino su imagen en mi cabeza, la que quise construir, la que tuve que formar para crear mi propia personalidad, tan alejada de ella como me era posible, y al mismo tiempo, tan parecida. Qué terrible.
Y ahora, en este día de las madres he llorado, pero no por ella, sino por mí, porque no entiendo, porque entiendo, pero porque necesito ternura y no la tengo, porque debo ocuparme de las cosas viejas, de las nuevas, de las nunca estrenadas y también de mi padre, porque debo ver que no se mate, que sobreviva, que viva lo más decentemente posible. Vivirá.
Y vivirá a costa del cansancio de mi cuerpo, de mi cintura rota por hacer el doble de guisado, por andar de un lugar a otro y tratar de dejar todo cubierto, para poder sobrevivir yo, y poder pensar en mí nuevamente. Hace falta mi vida, y no la tengo, no por el momento. Tan cansado mi cuerpo.
Tiene poco que me dijeron que ya no siento, que sólo pienso y es cierto, totalmente cierto, porque no puedo sentir, porque todo duele y porque, cuando necesito sentir encuentro un muro agresivo, un muro sombrío, agreste. ¿Qué culpa tiene mi padre de no poder tener toda su mente en forma?
Sólo quiero alejarme ya mismo, en este momento. Sólo eso, y sé muy bien de la fecha especial que se avecina, pero también sé que poco se podrá hacer esta ocasión y es triste, también terrible, aunque también sé muy bien que el corazón falto de ternura no podrá dar mucho ese día.
Si tan siquiera fueran dulces conmigo…

La dulzura

El pasado


martes, 22 de febrero de 2022

Cosas

Hoy he hecho algo que jamás había hecho: He escrito una carta. Una carta que tiene quién la lea, mucho menos respuesta. Una carta que tiene destinatario, pero que ya no existe.
Hoy he hecho algo que jamás había hecho, porque no tenía sentido, porque no había un porqué, o sí, pero más grande era el sinsentido, enorme, como el año de sinsabor y responsabilidades ajenas sobre mis hombros.
Hoy he hecho algo que jamás había hecho: Una carta a una madre muerta. ¿Para qué? ¿Para descargar las culpas? ¿Para contar los pormenores? ¿Para preguntar sin respuesta? ¿Para azotar mis dolencias más hondamente sobre mis carnes, sobre mi seso? ¿Para agitar angustias y desventuras y ponerlas en el marco más grande de la casa? 
Hoy he hecho algo que jamás había hecho. ¿Qué punto tuvo todo esto? Sólo quedé más triste, más solitaria, con ganas de no hacer nada, de escribir más y más y de quedar en silencio, vago silencio. Sólo quedé con el estado de ánimo alterado, lejano, lacónica, como se me solía decir. ¿Para qué he hecho esto si sólo me he sentido peor?
Hoy he hecho algo que jamás había hecho. ¿Fue mi ego solamente? ¿La necesidad de recordar, de ensalzar, de crear un recuerdo, porque quizás no fue así? No se me ha desdibujado su carácter, su genio, sus manías, tampoco se me han desdibujado sus palabras y sus actos de amor y de ternura, pero no, no las digo, no las hablo, o quizá sí, y demasiado, y quizás he hartado ya a esa gente, a ese casi único interlocutor eterno.
Hoy he hecho algo que jamás había hecho. Y no quiero hablar más de ello.

Cuando aún no era mi mamá.


lunes, 13 de mayo de 2019

Día de la Madre.

Escribo esto molesta, tardía, enfadada, meditabunda. Escribo esto porque debí escribirlo en el momento en que se me ocurrió, pero ni modo, ahora es cuando he abierto la computadora para hacerlo, y no antes, porque mis ocupaciones personales me lo impedían.
Todo tiene que ver con la madre, no la madre como figura, no la madre como todos lo piensan, sino como la persona.
Note usted la siguiente imagen: 


¿Qué ve allí usted? ¿Un chiste? ¿Una broma inocente? ¿Un consejo, acaso?
¿No ve usted algo raro allí, algo inadecuado?
Quizá vea que las figuras femeninas mostradas son demasiado atrevidas, o que, en efecto, se debe seguir el consejo que se muestra y las mujeres madres de familia no deberían vestirse así para el festival de sus niños. Sí, eso es lo inadecuado, que las mamás vayan con atuendos atractivos a los festivales del día de las madres. Eso debe ser.
Este diez de mayo, por azares de la red, me encontré con una serie de artículos relacionados con el deber ser madre; no con la forma correcta de educar, de amamantar, de disciplinar, no, sino con la forma física de la madre y lo que le demanda la sociedad para cumplir a cabalidad con su papel de madre. Su papel.
Para la gente, al parecer, el papel de madre es no sólo el de la entrega, la ternura y el perdón, sino el de el total abandono de sí misma para convertirse en cuidadora y criadora al cien por cierto del crío que vino al mundo a través de ella, y sí. He visto cómo mis amigas se han convertido en madres, cómo las ha chupado el hijo, cómo han dejado de ser un poco ellas mismas, para ser para ellos y no más. Es un gran esfuerzo y ejercicio de amor el que desempeñan todas aquellas madres que, cuando lo deciden y desean, brindan vida, su vida, al hijo que obtuvieron (de tal o cual forma). He visto cómo se han partido, han llorado, se han arrancado sus pelos, se han extrañado a sí mismas por días enteros, pero que no han abandonado su papel de madre, ¿por qué? Porque así lo quisieron y porque, inexplicablemente para mí (o no), se les hace gusto esa nueva vida.
Mi reconocimiento a ellas.
Pero, ahora, regresando a la imagen, ¿qué ve usted, lector, de inadecuado en ella?
Acá lo que veo yo:
Esta imagen intenta hacer burla de una situación —que no me consta— del día de la madre, en donde, además de que es una verdadera joda el preparar el festival, el vestuario, los bailables, además de la cantidad monetaria que se invierte, del tiempo, del calor; además de que las madres TIENEN que ir a dicho festival porque "¡Pobrecitos niños como huerfanitos que sus madres abandonan, que sus madres trabajan y trabajan, y no tienen la sensibilidad para abandonar sus labores por un par de horas (que se convierten en más de medio día), e ir al magno festival del día de las madres!", tienen que ir arregladas, quedarse a ver otros niños que no son suyos, aplaudirles, morirse de calor y, tal vez, soltar una lágrima de ternura por su niño. Todo así, si no, al parecer, no son las madres que tienen que ser en este país piñata, y no distintas, porque entonces esa mamá no encajaría en el grupo escolar de otras mamás, donde todas son iguales (lo supongo, aquí carezco de datos para seguir la narración, no soy madre y dudo convertirme en una de esas de grupo de mamás porque no me gusta convivir con gente que no tiene nada en común conmigo y porque tener un hijo no te hace tener algo en común con otra señora, lo supongo).
Retomo lo que me molesta de la imagen.
Esta supuesta burla, este chascarrillo, ¿por qué lo es? ¿Por qué el hecho de que una mujer —que no señora, eso está muy feo— se vista como le pega en gana para ir a fletarse el festival del día de las madres, donde verá a su hijo en un bailable de no más de cinco minutos, está mal?
¿Cómo se atreven estos individuos a decir que una mujer se viste como para ir a perrear, como zorra, cuando va a la escuela de su hijo? ¿Cuál es el punto de señalar su vestimenta?
Es decir, si el día de las madres se ha encarnado a tal punto en el imaginario de los mexicanitos, ¿por qué no respetar a las mujeres que parieron y que son madres y no decirles perras? ¿Qué les dirían sus propias madres, pensando aún en la santidad de la madre, si vieran que hacen burla de otras mujeres por la manera en que se visten?
Quiero pensar que los regañarían, por lo menos, quiero pensar…
No soy madre, no he pasado por el largo y tortuoso proceso de que tu cuerpo deje de ser tuyo porque ahora aloja otro ser, ni por el momento en que todo se llena de hormonas de nuevo y ya no te reconoces, ni por el momento en que la ropa que usabas, aunque vuelvas a tu talla, ya no te quede como antes, ni por el momento en que te sientes horrible y devastada, despeinada, desvelada, ajena a ti. Yo lo escribo porque así he visto a mis amigas y así me han contado más o menos que es, no explícitamente, pero sí por comentarios aventados por allí, pero, ¿en serio creen estos peleles que es gracioso burlarse de las mujeres que sacan una vez al año sus mejores ropas, con las que se sienten atractivas y guapas, para ver a sus hijos, la luz de sus ojos, hacer sus monerías? ¿Qué derecho les da el hacer escarnio de ellas para sus risas fáciles y estúpidas? ¿Son ellos superiores a las mujeres que parieron, que decidieron cuidar, por sobre sí mismas, a seres indefensos? 
Y las mujeres, todas, ¿no creen que es realmente triste y vergonzoso para ellos el creer que, por el hecho de que las mujeres se quieran ver bellas, sea menester estimarlas de putas, aún siendo el festival al que muchas son obligadas socialmente a ir, en el que ellas van a ver a sus hijos, han gastado dinero y, obviamente, no van a ligar?
Sí, querido lector, una mujer no tiene que dejar de ser mujer deseante, atractiva, bañada, limpia, guapa por el hecho de haber decidido traer críos humanos al mundo.
Esta fue mi indignación.
¿Qué se puede hacer al respecto con todos esos que consideran la imagen graciosa?

martes, 2 de abril de 2019

Del caos al silencio.

El Coso muere, ¿y ahora qué? Sigue un extraño duelo, sigue dolor, sigue pena y llanto. No hay otra. Las razones de la muerte del Coso no son claras. No sabemos si hicimos bien o hicimos mal; sólo sabemos que hay culpa, mucha culpa, que era un inocente, que su vida estaba en nuestras manos y ahí mismo, sobre la cama y entre los dos, el Coso dejó de existir.
¿Por que tanto dolor si es sólo un gato? Un gatito pequeñito, tierno, con olor a bebé, un gatito que quería vivir y pasear por allí, que le gustaba el toque del sol, salir a pasear en mi morral, enredarse en mis cabellos, que no le gustaba la medicina ni que le diéramos a fuerza de comer, ¡pero tenía que comer!
Un gatito que estaba sanito, gordito, y de pronto enfermó, enflacó, dejó de defecar, murió. Un gatito con olor a bebé.
Gusté mucho de ser la mamá del Coso, coso así, porque aún no parecía gato, porque parecía ratón con sus manos de alien, el del octavo pasajero, porque no podíamos ponerle nombre, porque no se iba a quedar, aunque me pesara que tal vez no conseguiría una mamá que lo procurara como lo merecía, como lo merecía…
Y al final yo tampoco fui esa mamá, no logré que sobreviviera conmigo y que se convirtiera en un gato, que comenzara a juguetear como los gatos y a comer solito. El Coso se quedó coso y nada más y con él se fue el caos y la alegría ruidosa que reinaba en este recién conformado hogar.
Le lloramos al coso, le estamos llorando como un hijo, dirán que estamos exagerando, pues tal vez, porque ante sus ojos ese inocente ser no era más que un gato quizá prematuro que su madre gata abandonó en el nido, pero para nosotros era la esperanza de la vida, la fuerza, hasta la lucha contra la injusticia, porque el Coso había venido a este mundo de forma injusta, forzada, al lado de un lavadero, sobre la tierra, porque la dueña de la gata, su madre, se había largado y había permitido, tal vez a propósito, que la gata se escapara del nuevo hogar porque estaba preñada y aquí parió, y aquí dejó morir a sus hijos, a todos, menos a uno, el Coso que se nos murió en la cama en medio de los dos.
En mi mente había hecho todo lo posible por procurar su bienestar.
Repasando las acciones, hubo muchos errores, fatales, tal vez, que le costaron la vida al más inocente de esta recién configurada familia de gatos.
¿A qué vino el Coso a este mundo? ¿A sufrir por nuestra culpa? ¿A sentir dolor en su pequeño cuerpo? ¿A padecer una larga enfermedad?
El Coso dejó de existir una noche en medio de los dos, sobre nuestro lecho, con Isis al pie, aparentemente indolente, y con las nenas afuera, tan ricas y dormidas en sus camitas.
Y del caos del Coso, vino el silencio doliente.




martes, 19 de marzo de 2019

Mater

Una serie de eventos en esta última semana me ha puesto a reflexionar acerca de la maternidad. Sí, la maternidad, aquella palabra impronunciable para mí, no así aborto, esa la pronuncio desde muy joven. Y sí, ambas vienen junto con pegado.
Ahí va.
La gata que la vecina abandonó, pero luego se llevó de mala gata, regresó y parió cuatro críos. Al día siguiente vimos sólo dos y casi dos semanas después, vimos que uno de lo que quedaban estaba muy mal. Hacía ruidos extraños, la llamaba, estaba fuera del nido, ella no lo recogía. Luego, al anochecer, la ingrata gata, gata que, por cierto, atacaba a nuestra pequeña gatita Fufú a cada rato, decidimos recogerle la pequeña camada.
Tuvimos cuidado en que no nos atacara, en que no nos peleara los críos. No lo hizo. Desde el techo del cuarto de al lado vio cómo mi novio recogía los críos y se alejó. Así, sin más. Nos dejó sus críos a cargo. ¿Y el instinto?
Uno de los dos murió a las pocas horas. Se veía que había comido tierra quizá por días y no hacía más que quejarse del dolor. ¿Y qué acaso las madres gato no matan a sus hijos? Esta gata sólo lo relegó, pero no lo mató. Lo enterramos debajo de un aguacate. Lloré un poco. Fue muy triste ver cómo un bebé no era querido por su mamá, cómo ni siquiera había tenido a bien en sacrificarlo, sino que lo dejó comer tierra hasta la muerte, una muerte terrible seguramente.
El otro gatito sí estaba gordito, dormía y dormía. Lo dejamos en la transportadora con una mamá falsa.
Al otro día vimos a la gata, tan campante. ¿Buscaba sus críos? Claro que no. Lo que quería era estar en su territorio y ya. Ni una sola vez oí que los llamara. ¿No acaso hacen eso las hembras felinas cuando se les pierden los cachorros? Y no es que el crío no hiciera ruido, oh sí, sí que hace ruido y no, ni una sola vez lo reclamó.
Después otra de nuestras gatas se puso mala. Estamos en eso con el veterinario. (Hoy le dieron antibióticos y esperemos que esté mejor.) Mientras estábamos con esa gatita, nuestra otra gata se dio a la fuga en persecución de la gata ingrata que dejó a sus críos. La angustia nos embargó, y más cuando, aún sin encontrar a nuestra gata, la madre del pequeño regresó tan campante. Tras darle de comer al crío, asegurar a la enferma, correr a la gata mala, salimos a buscar a nuestra gatita. Por fortuna la encontramos. La necia no quería volver, pero hicimos que volviera por donde se había ido.
¿A dónde va todo esto?
Esto que les cuento pasó esta semana y, de tener un fin de semana descansado, no obtuvimos más que dolor de panza, angustia, estrés y más dolor de panza. Las gatas, espero, están mejor. La gata mala no ha vuelto. El crío gato está justo ahora acostado en mi seno, gracias a una pañoleta que puse a modo de rebozo de bebé. Ronronea. Isis, mi gata Isis, ha sido comprensiva y se ha mantenido al margen del ajetreo, lo cual ha sido de gran ayuda, puesto que es un tanto cuanto agresiva con otros gatos que no sean ella.
Todo fue una bomba emocional bastante fuerte. 
Cuando una madre desea serlo ama, AMA DE VERDAD. Le canta a su feto, lo espera con ansia, lo da a luz con ganas, se desgasta, desvela, pero así lo quiso y sí, después, según he visto, lloran, se desesperan, quieren un momento para ellas, se arrancan los pelos por un tiempo libre de críos, sí, lo he visto, pero al final del día, por alguna razón que desconozco, aman a su cachorro, sea humano o no.
Cuando una hembra es forzada a parir, cuando no quiere el feto, cuando ve crecer su vientre, cuando la promesa es desgaste, desvelo, desamparo, hambre, pobreza, incertidumbre, soledad, ¿qué puede dar? ¿Qué puede dar una hembra, humana o no, a los críos ante una situación áspera, adversa? ¿Cómo puede querer la hembra a críos que no quería que vinieran al mundo, cualesquiera que sea la razón?
No estoy cuestionando las razones. Hay muchas. Todas, para cada una de las hembras, son válidas, porque hembras somos y como hembras sabemos cuándo es el momento, si lo habrá, si lo hay, si acaso lo puede haber, de traer un crío al mundo. Todas. Las perras, las leonas, las gatas, las humanas, las elefantas, todas. Si no hay condiciones favorables, las hembras no humanas prefieren dejarlos a su suerte. ¿Y por qué las hembras humanas no dejamos a su suerte a los críos? Porque son seres humanos, tienen derechos, por la moral, por nuestra razón. Pero, si hay posibilidad de evitar que el ser humano sea, si se puede evitar y sacar la masa celular antes de que sea un ser humano, ¿por qué impedirlo? ¿Por qué forzar la tristeza, a la desesperanza, la desesperación, el desamparo, la desolación? ¿Por qué impedir el desarrollo emocional e intelectual de la hembra que se ve en la necesidad de no parir? ¿Por qué traer hijos no amados a este mundo?
Forzar a cualquier hembra a parir, a criar, créanmelo, es lo más cruel que pueden imaginar. Y si no pueden sentir ni un poco de empatía por el verdadero terror siente alguien al verse obligada a llevar un embarazo no deseado a término, no digan nada.
La empatía lo es todo.