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viernes, 23 de junio de 2023

Uno de esos días...

He tenido la tentación de escribir acá, mas no me he podido dar el chance de hacerlo, puesto que, cuando he tenido un par de minutos, he estado ya bastante cansada, o con el tiempo encima. Justo ahora el tiempo cambió y me dio la oportunidad de saltar mis obligaciones y escribir un poco sobre mí, sobre el otro, sobre los días que requeman mi cabeza y me llenan de insatisfacciones y esperanzas de: ¿En verdad soy capaz de? Tuve la idea de hacer algo así tan vago, un ejercicio de escritura pequeño, pequeñito, no obligatorio, aleatorio, un mero juego, tuve la idea y salió algo que yo no supe si salió, pero que alguien externo confía en que sí lo sea, en que sí vale lo suficiente para presentarlo públicamente, ¿seré yo capaz de rellenar 60 minutos de ideas y creatividad sin ninguna canción, sin ninguna ponencia, ninguna cosa de interés social o escénico? Quién sabe. El chiste es que por alguna razón desconocida un profesor piensa que escribo poesía y me dice que la lea en público, así, como leen las personas de literatura (de entre las cuales estoy y no, sólo por el flamante título de licenciatura que finalmente poseo, pero que no dice más sobre mis capacidades intelectuales). ¿Qué será de mí en ese día? ¿Haré el ridículo?
Uno de esos días… Como el día en que so pretexto de trámites, nos escapamos y tuvimos una cita de esas como las que teníamos antes, una cita soleada y llena de viento, de añoranza y de ganas de salir más allá, más arriba, sin más planes que caminar hacia la otra calle y llegar para tener una mejor vista, un café o una comida rica. ¿En qué momento dejamos todo eso? Ah sí, en el momento en que nos mudamos y el sol inclemente impide ese tipo de salidas, en el momento en que dejamos de encontrar sitios agradables y en donde todo sitio era rellenado con chocolate líquido y dulce sobre dulce, sin posibilidad de contraste en el gusto. ¡Qué terrible gusto! Uno de esos días que tanto nos queríamos y que caminábamos sin rumbo y con estilo por las calles, esas calles que ya no son nuestras calles, sino la de otros miles de personas que es el mejor futuro el estar en esa ciudad tan llena, tan acomodada, tan sin agua y con millones por todas partes.
Será que la construcción de mí misma está aquí, cimentada en el no ser como ellos, como esos otros, los de la ciudad, los del campo, los de las afuera. Será que Una es Una y nada más, y que tal vez sí sea capaz de aprender, de emprender de nuevo el sueño que yo misma corté, por miedo y comodidad, por querer tener un futuro estable, ese que no lo hay, por saber más y quedarme corta, tan sólo con unas cuantas fuentes.
Total que quizás sí de el ancho y tenga parque y pueda leer poemas sin tanto desgaste, pero eso sí, con un poco de histrión, tal vez sí, porque de literatura soy, pero también le hago al teatro y de música y de arte y de todo, como un mole bien hecho, no tan picante, no tan dulce, pero bien condimentado y que sí, también cae pesado.

Una


martes, 11 de febrero de 2020

Inhumanos mexicanos.


Desde la férula inmovilizadora, me atrevo a escribir al respecto de Ingrid E., la mujer asesinada y desollada por su pareja.
Desde este desesperanzado corazón casi no escribo sobre el caso de horror humano que estamos presenciando en este país piñata llamado México.
¿Qué puede pasar por la mente de una persona al matar a su parea?
Nada, no pasa nada. Simplemente se nubla la razón, (¿alguna vez la hubo?). Siguiendo la narración del feminicida, pelearon, la cosa se puso violenta, ella lo agredió y él le dio el chuchillo y dijo: "Mátame, hazlo." ¿Qué hizo ella? Apenas lo hirió. ¿Por qué él no se detuvo?
Quizás ella tomó el cuchillo y vio la oportunidad para defenderse, (casi podría asegurarlo) porque una mujer al verse acorralada recurre también a la violencia, por miedo, por terror…Terror. Pero al final no le hizo gran cosa. ¿Por qué? La vida violenta, no sólo una relación violenta, sino la vida entera, despertar, desayunar, regresar a casa, dormir, todo envuelto en celos y falta de amor, con falta de lugar seguro, aislada, empequeñecida al grado de ser incapaz de ver la puerta abierta, la puerta de la libertad. Así es el sentir de quien está bajo el yugo de una relación codependiente, violenta, aterradora. Tal vez por eso.
Él, en su calidad de superior no pensó, no, no lo pensó y la mató con el mismo cuchillo que momentos antes le había ofrecido para que ella lo matara. Ella, con su falta de fuerzas (físicas, mentales, emocionales) no pudo contra el embate del que se supone la amaba. Él, sin pensar, sin razón, terminó con su vida, lo hizo porque podía, porque nadie se lo impedía, porque creía que era suya. No, ella no era nada, sólo una molestia, ruido de fondo en su vida. Se la quitó de en medio, hizo todo lo posible por deshacerse de ella, como un desecho, como un animal atropellado en la carretera, un bicho muerto.
Lo estoy asumiendo todo.
No la amaba.
Lo que hizo con su cuerpo después simplemente no tiene nombre.

Lo que vino después fue realmente escalofriante.
Tras dar a conocer la noticia en redes sociales, circuló la foto explícita de un cuerpo descarnado, así, sin pudor ni respeto; se hizo explícita la manera en la que se trató el cuerpo de Ingrid. La gente no dejaba de compartir dicha imagen y descripción, de uno y otros lados, con cualquier tipo de justificación: Desde que para que no digan que las feministas exageran, hasta la vulgar nota roja. Después vinieron los comentarios a la grotesca publicación… ¿Se creerá que la mayor reacción fue de indignación ante tal inhumano crimen? N, si no la mayor, sí la más notoria fue la revictimización y la burla.
Un montón de seres machistas, tanto masculinos, como femeninos, no tardaron en expresar su odio: "Algo hizo", "Para qué anda con una persona tan horrible y vieja, ella tan joven, naturalmente despertaba celos.", "Para qué se queda en esa relación, todo por tener un sugar daddy.", "Pero seguro algo quería de él, por eso no se iba." "Ya ven, por qué no se valoran y están con ese simio."
Al poner estos comentario, parafraseados todos, me doy aún más cuenta de lo que tienen en la cabeza la cobarde mayoría de los mexicanitos. Comentarios estúpidos que sólo escriben desde el anonimato de las redes sociales, que no se atreverían a expresar en vivo ante un foro más grande, pero que sí expresan en la intimidad de hogar, porque así verdaderamente piensan, porque así fueron criados. ¿En qué cabeza funcional cabe el burlarse de un asesinato tan atroz?
Este país es una ruina por ellos, por todos nosotros, por nuestra educación y las ínfulas de querer ser más, de creerse moralmente superior al otro, siempre y en todo momento, de la moral católica mal plantada y ejecutada, de la nula responsabilidad por nuestros actos.
¿Cómo los mexicanitos no son capaces de ver más allá de sus narices y ver que la misma problemática de Ingrid en casa es la misma que tienen en su hogar? ¿No ven los masculinos que en realidad, por su falta de educación emocional y su cultura machista, son tan capaces de actuar como el mismo homicida? ¿No ven las femeninas que, por su falta de educación y atención, por vivir la desigualdad, por no analizar su situación, es posible que sean víctimas terribles como la de este caso?
¿No ven que están replicando con sus prejuicios la violencia sangrienta que aún está circulando en las fotografías (porque apenas hace unos minutos volví a ver otra horrible publicación)?

Somos un país enfermo, un país sin remedio, un país sin comunidad, cuyos miembros pequeñitos, insignificantes, ven sólo por su bien individual. Por falta de empatía, quizá no merecemos nada de compasión ni respeto.


Ingrid E.

sábado, 17 de agosto de 2019

Poblanos, esos horribles machos.


No iba a escribir nada sobre las protestas feministas de estos últimos días, ni sobre las violaciones que no tienen ni reparación, ni justicia, (ya ni hablar de cómo los médicos de Morelos aún se congratulan de tener la objeción de consciencia para negarse a practicar un aborto en caso de violación). No, no iba a tocar el tema, porque me rebasa, porque va más allá de mis agallas y de mi coraje, porque entiendo la ira e impotencia que las mujeres cargan día con día, en mayor o menor medida, porque sí, no hay mujer que haya sido libre de violencia de género, o violencia machista, como quiera llamársele. No hay mujer que no cuente alguna anécdota de cómo de niña el tío la quiso jalar por allí, de cómo cuando estaba sentada en el transporte público con sus shorts un hombre le tocaba las piernas, justo al lado de la madre, de cómo, al caminar por la calle, pasó un señor y le dio una nalgada, cosas así, por decir, así sin nombres.
Y sí, en cada una está también el detenerlo, en decirle al personaje masculino: "Detente", pero en lo que agarramos valor, en lo que logramos reaccionar, en lo que nos aseguramos que es acoso o toqueteo y no el simple vaivén del camión, se nos va la oportunidad de encarar y darle tremendo tortazo. (Aunque, justo por los acontecimientos recientes, no habrá el que diga que ese tortazo es violencia contra el hombre, que la mujer también maltrata, viola, mata —no importando que lo haga en defensa propia, eso qué—. ¡¿Alguien quiere pensar en los hombres!??)
Pero bueno, no iba a escribir nada sobre los últimos acontecimientos en este país piñata sobre las violaciones de policías a una menor, ahora desacreditada por las autoridades, contra las radfem (feministas radicales, por si no saben que es), que maltrataron el mobiliario urbano y el hermoso monumento a la independencia. (Así con minúsculas) (Pobre Niké, pero bueno, ella entendería totalmente).
Entonces, ¿qué me hizo querer escribir sobre el tema? Por supuesto que una razón personal, porque soy un ser egoísta y todo lo veo sólo y únicamente a través de mi estrecha visión y, cuando algo me pega, agrede o molesta, entonces ya es mi problema. (Mentira que me haya indignado por las violaciones y omisiones de las autoridades, yo gozo de mi posición y lo demás ni me viene ni me va…sarcasmo, por si no saben leerlo).
¿Cómo me afectó esto?
Desperté y vi un montón de publicaciones de hombres diciendo que ¡Cómo era posible que las mujeres (tan fragantes y delicadas, eso querían decir) se hubieran atrevido a atentar contra los símbolos patrios! ¡Cómo era posible que hayan vandalizado de esa manera la estación del metrobús, eso no es de damas! (eso también lo dejaban leer). ¡Qué esa no era manera de manifestarse, que hay formas! (han de ser de usos y costumbres de su pueblo natal) ¡Que esa no era manera de exigir respeto, que hay que respetar! (Lo que me acaba de recordar un dicho que mi tía me dijo sobre el honor, que no es quien lo merece, sino quien lo da…Habría que profundizar, pero este no es el momento). ¡Que…demás cosas!!!
En resumen, que las radfem (feministas radicales, para quien no sepa, ya sé que lo escribí, pero luego no saben leer, si quieren saber más, pueden hacer uso de su buscador, ahí está mucha más información, este blog no es para instruir) son vándalas, violentas, masculinas, delincuentes, y que todas, toditas las que fueron a la marcha (a la cual no pude ir) son así, para acabar pronto.
Y toda esta letanía de lo que leí de los machines (en texto y subtexto) se me hubiera resbalado del todo, si no lo hubiera leído de cierto poblano familiar mío (lo siento, no soy perfecta, tengo familiares de Puebla).
Ese pariente mío tenía una visión del mundo parecida a la mía, hasta que algo, que desconozco, pasó y se convirtió en un señor poblano más en este país piñata de este mundo matraca y este pariente poblano tiene un detalle oscuro que alguien, también pariente, me confesó alguna vez; y hasta hoy día lo recordé, lo relacioné y me indigné.
¿Con qué cara este macho manoseador se atreve a juzgar a las que salieron a manifestarse y lo hicieron como saben y/o quisieron hacer? ¿Con qué cara las descalifica y dice que le duele ver la destrucción de una ciudad que, por cierto, no es la suya, cuando lo que realmente importa y detonó dicha destrucción fue la rabia ante las violencias sexuales de todas, y que él mismo ha perpretado? ¿Ya no se acuerda, olvidó convenientemente, lo que le hizo a esa parienta en común, junto a otros iguales?
No puedo decir más sobre el tema, no me corresponde, le corresponde a ella, así como me toca a mí guardar su nombre, pero yo le creo, le creo porque es una mujer, le creo porque este pariente es poblano, porque sé, por oídas y vistas, cómo se comportan los machos poblanos, porque mi padre es de allí y he oído horrores de su propia voz, porque he visto cómo los viejillos miran a las muchachas en ese Estado, porque he oído cómo se expresan de las mujeres allá, porque me sé las historias truculentas que se guardan en esas casas…
¿No tiene memoria el macho?
Claro que la tiene.
Lo que no tiene es vergüenza, lo que no tiene es dignidad, lo que no tiene es empatía, lo que no tiene es humanidad. Ese macho no merece respeto: No es quien da el honor, sino el que lo merece.
Es lo que diré al respecto esta ocasión.

jueves, 21 de febrero de 2019

Escapada hacia la ciudad.

Hemos ido a la gran ciudad, sí, a la Ciudad de México. Hemos ido con un objetivo específico, como siempre pasa, porque no vamos de oquis. Hemos ido al museo a ver la exposición de Saturnino Herrán y otros Modernistas en el MUNAL. Nos ha encantado.
Hemos comido comida japonesa, porque acá en Cuautla nomás no hallamos variedad gastronómica que satisfaga nuestro sibarita paladar. Me he quedado en la casa de mi madre, he dormido en mi vieja cama, he charlado sobre tema varios, he desayunado allá y después fui a un examen profesional.
No recuerdo —como casi siempre que escribo aquí con una intención— el porqué de querer escribir ahora. No creo que sea exactamente para contar las anécdotas varias sobre la capital, sobre el clima del que, por alguna extraña razón, todos se quejan, ¡si está rico, hay viento que refresca y hay sol!
Pinches chilangos, y sí, siempre lo he dicho, desde niña, no aguantan ni tantito calor, no saben lo que es el incendiarte con la PINCHE CALOR.

Fui a la casa de mi madre y de bajada he visto un operativo quesque anti talamontes, "ya pa'qué", pensé, después de que vi cómo el cerro del Ajusco está ya casi por la mitad sin árboles; y no creo que sea por el clima, porque sí llovió en esta temporada invernal y no está haciendo exactamente calor de sequía. Pobre cerro, pobre sierra del Chichinautzin, lo mejor sería que todos los habitantes humanos de esa zona ¡desaparecieran! No que se mudaran, no, que ya no existieran. Se están comiendo el bosque con su avaricia estúpida, ¿saben para qué talan los árboles? No, esos árboles no dan madera fina, ni pisos bellos, ni tablones interesantes, no, esa madera no se puede utilizar mucho más que para polines, sí, los ahora tan populares polines, gracias al temblor del 19 de septiembre de 2017. ¡Polines! Palotes de madera que sostienen edificaciones en construcción o por caerse. ¿En serio por eso están matando un bosque?? 
Al subir a ese pueblo, tras quince minutos de estanco en la pequeña y única calle principal, también recordé por qué salí de allí. Sí, ese lugar es insoportable, no sólo por el clima, sino por toda la falta de generosidad de esas gentes. Si no caben los autos, ¿por qué estacionarlos para que quepan menos?
No, tampoco abrí esto para escribir de las neurosis pasadas.

De casa de mi madre traje libros, muchos libros, libros para leer, porque noté que me hace falta leer, saber, absorber, crecer más. Me gusta la tranquilidad de la lectura, la capacidad de la mente de enfocarse en algo y quitar la paja y las tonterías de la cotidianidad. 
Falta leer y reposar lo leído.
Falta escribir ficción.
Falta hablar de lo leído.
Y de regreso me puse en el celular —porque la mandarina apagó el camión— a leer un texto feminista que comenzó a inquietarme. El libro comienza planteando la incomodidad de las mujeres que se supone lo tienen todo: Una familia, pareja, hijos, casa, carrera, pero que aún les falta ese no sé qué de no saber quiénes son. Sí, algo así he visto por allí y por allá. Ya sabré qué mas dice, porque me tuve que bajar del autobús.
Ojalá ese texto me dé una solución a los ruidos de mi cabeza. Ojalá.

También hemos ido a la titulación de un buen amigo. Iba a poner que fue divertido, pero no fue exactamente eso. Pensar que cupo la posibilidad de no ir, pero no, si no íbamos, nos arrepentiríamos. La amistad es algo serio e importante, casi tanto como el amor en pareja.

¿Y la gran ciudad?
Por un momento sentí nostalgia en ella. Después, al transitar por Tlalpan y ver cómo se estaban chingando (no hay otra forma de escribirlo) unas edificaciones pequeñas y podría decirse que hasta históricas para, asumo, construir de esos edificios gigantescos, sobrevaluados y pretensiosos encima de un suelo que —ya se vio— no es el apto para esas construcciones. No aprenden, ¿verdad? Puede más la ambición que el sentido común y de conservación.
Por esas cosas nos fuimos de la que fuera nuestra ciudad natal, por esas y otras tantas.
Seguiremos yendo a visitar, ya sea por trabajo, ya sea para ver las exposiciones que nos faltan, pero echar raíces allí, lo dudo, ¡ni cómo! Cada vez es más cara, la gente es más egoísta y nosotros simplemente queremos calor.

Cerro del Ajusco desde la Unidad de Posgrado. UNAM.